Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dijous, 26 de gener del 2012

GÓNGORA EN LA PUERTA DEL WATER

En nuestros recientes días sevillanos tomamos una mañana el tren y nos acercamos a Córdoba. La idea era pasear por las callejas, visitar la Mezquita y la Sinagoga (la única en tierras andaluzas), cruzar el puente romano, y poco más.


Las calles de Córdoba son muy bonitas, blancas, diminutas, íntimas. Pero la zona antigua es reducida. Merece la pena una visita, qué duda cabe, lo mismo que los pueblos blancos andaluces que tanto predicamento tienen (no los conozco pero los imagino como la zona antigua de Córdoba). La Sinagoga estaba cerrada. El puente romano enseguida está visto, y además al estar tan remodelado casi ni se percibe la antigüedad cuando lo cruzas. La Mezquita, en cambio, sí que es maravillosa.
La sorpresa fue ver cómo la convirtieron en Catedral: tiraron al suelo la parte central y allí levantaron una Catedral. Naturalmente evité lo más que pude pasar por la zona cristiana, la central: la verdadera maravilla son los arcos árabes que dan una sensación extraña, majestuosa, inquietante incluso.

Cuando ya nos íbamos descubrimos el último detalle: la tumba de Góngora. Nada, una cajita que puede servir como metáfora, o para exclamar aquello tan cierto de que no somos nada. No me atraen especialmente las tumbas de famosos, esa extraña forma de fetichismo que puede seguirse fácilmente por la red y que te permite asomarte a la tumba de Keneddy, por un decir, e incluso ponerle unas flores. Pero, aun sin ese fetichismo, ya son varias las tumbas que he visitado: la de Machado en Colliure, la de Cortázar en el cementerio de Montparnasse en París, la de Marlene en Berlín. Y nada, efectivamente, no queda nada. A los muertos hay que buscarlos en los recuerdos, no en los huesos.

Por eso recordé poemas de Góngora y sonriendo me acordé de los que intercambiaron con su enemigo del alma Francisco de Quevedo, escribiendo así una de las páginas más afortunadas de nuestra poesía áurea. "Yo untaré mis obras con tocino porque no me las muerdas, Gongorilla" le espetó Quevedo llamándole judío. O "Érase un hombre a una nariz pegado", del mismo al mismo. Pobre Góngora, excelso poeta pero pereciendo ante los ataques inmisericordes del castellano. "Anacreonte español, no hay quien os tope" se limitó a contestarle, metiéndose con sus gafas. Aquello que había comenzado con la mala baba de un Quevedo joven ridiculizando los poemas del otro ("Ya que coplas componéis") acabará en una verdadera afrenta poética: "Quien quisiere ser culto en sólo un día, la jeri (aprenderá) gonza siguiente". Así, llanamente, Quevedo reduce a jerigonza la obra poética del otro.
Antes de salir a pasear por las calles cordobesas quise ir al baño. Pregunté a un guardia de la Mezquita  donde estaba y me señaló... me señaló la tumba de Góngora. Extrañado me dirigí hacia allí. Y sí, no lo había visto antes pero la tumba de Góngora está al lado mismo de la puerta de entrada al water de la Mezquita. Fue un estupor, una extrañeza. La tumba de Góngora al lado de la puerta del water. Así de contundente.

Mientras entraba creí ver la sombra de Quevedo sonriendo por ahí cerca. Qué gran poema no escrito, qué punto final más terrible. Y qué mala leche la de los cordobeses apostando tan claramente por Quevedo.

Yo, lo dije siempre, soy gongorino.

divendres, 20 de gener del 2012

SCONES Y TÉ INGLÉS

En una entrada anterior hablé de mi estancia veraniega en Londres. Habría mucho que decir respecto a las excelencias de la ciudad pero no es esto lo que pretendo. Lo que quiero ahora es contar un pequeño detalle gastronómico.

Una de las cosas que deben hacerse en Londres es vivir el ritual del té de las cinco, lo cual no significa meterse en un Starbucks. Buscamos un sitio en que sirvieran el llamado afternoon tea. Lo primero es que cierran a las cinco y media de la tarde. A partir de entonces ya no sirven té (no en estos sitios especializados, uno siempre puede meterse en una cafetería y tomarlo a cualquier hora). Estos Salones de Té distan mucho de ser bonitos, o refinados, como serían sin duda en París. Mucha moqueta y mucho estilo british, que la elegancia y el pueblo británico parecen peleados a muerte.

Elegancia la justa, pero distinción toda. El llamado afternoon tea consiste en una variedad de té negro (una de las mezclas a las que son tan aficionados, el english breakfast, por ejemplo) con unas gotas de leche, un si es no es. Va acompañado de unos panecillos parecidos a una magdalena, mermelada de fresa y una crema extraña, a medio camino entre la nata y la mantequilla. Naturalmente puedes pedir tu té acompañado de un pastel de chocolate, pongamos por caso, pero eso no sería el genuino cream tea. La verdad es que, con la calma de saborear unos panecillos y el sabroso té negro, recuperas fuerzas y parece que el mundo se detiene. Un momento zen. Así lo viví.

Vinimos cargados de té, naturalmente. El de Harrod's es muy bueno (me encanta el English Breakfast Strong). Y una vez en Barcelona decidimos repetir en casa una sesión como la que vivimos en Piccadilly Street (pleno barrio de St. James). Pero, naturalmente, no iba a resultar nada fácil. Puede pensarse que de mermelada cualquiera serviría, y seguramente es cierto. Pero la que sirven ellos es espesa y con el punto justo de dulzor (una amiga me dijo que tenía una textura que parecía la del membrillo). Casualmente en el Gourmet de El Corte Inglés encontramos la genuina mermelada inglesa Wilkin and Sons. Lo siguiente fue descubrir qué eran exactamente esas magdalenas inglesas poco dulces. Tienen nombre: se llaman scones. Y los hay en Barcelona. Sólo nos faltaba la crema. Eso fue más difícil por no decir imposible. No era una nata al uso, tampoco mantequilla: su textura era extraña, particular, suavísima... algo muy extraño que me llamó mucho la atención. Para empezar recibe un nombre (gracias google, en estos casos): nata coagulada (clotted cream) ni más ni menos.

Los ingleses, que tienen poco vino y pocos olivos, se han convertido en expertos en natas y cremas. Mientras que nosotros tenemos la nata de cocina (18% de materia grasa) y la de montar (36%) ellos, además de estas, tienen la double cream, con un 48% (también para cocinar, sedosa y muy apreciada), la nata de origen francés Creme Fraiche (40%) de sabor ligeramente ácido, y finalmente la Clotted Cream, la coagulada, la que sirven con los scons y que aquí es inencontable, entre un 55% y un 63% de materia grasa ni más ni menos. Es fácil imaginar por qué me sorprendió aquella textura extraña, cercana a la mantequilla pero con un sabor diferente, con un ligero tono amarillento pero infinitamente más cremosa.

Nata coagulada (o cuajada, como sale en la wikipedia) aquí no la hay, como decía. Así que en nuestro particular afternoon tea la sustituimos por Creme Fraiche. Y así organizamos nuestra jornada gastronómica inglesa, a media tarde. La comparto para mostrar que de los viajes uno no viene cargado sólo de fotos y de momentos, sino también en ocasiones de magdalenas, de mermeladas y de una extensa variedad de productos lácteos. Yo que en mi juventud y viendo a la Thatcher por la tele pensaba que en Gran Bretaña sólo existía la mala leche.
Hasta dentro de seis días.

dissabte, 14 de gener del 2012

REPÚBLICA SÍ, PERO FEDERAL

Soy de los que piensan que la única solución para España es el Estado federal. Existen otras soluciones menos amables, claro está, soluciones que han funcionado en otros momentos y por largos periodos de tiempo: la represión, la censura, la falta de libertad, la imposibilidad de queja. Esa solución no la contemplo porque es la solución de la vara y no la de la convivencia. Luego, claro, está dejarlo todo como está ahora, cosa que muy probablemente ocurrirá: hacer como que no pasa nada, cantando las virtudes de nuestra monarquía constitucional y autonomista. Lo que pasa es que a mí, la monarquía no me gusta, de la constitución me siento ajeno y la autonomía en cierta medida está amenazada.

Pensamos, probablemente de forma algo inocente, que una solución para el país sería que España se convirtiera en una República. A mí mismo la idea de la República me exalta, me gusta, me apetece. Porque tenemos una visión equivocada de la República; una visión mítica generada por la Segunda decapitada por el franquismo (o el fascismo). Pero en esa Segunda, junto con muchos proyectos muy válidos, recogió también lo mismo que está recogiendo este Estado de las Autonomías que habitamos. ¿Alguien puede imaginar la de críticas que generó ya entonces el Estatut de Catalunya del año 32? Sí, las mismas quejas que hace cuatro años. ¿Alguien puede hacerse una idea de la fuerza de la derecha reaccionaria en la Segunda República? Sí, basta con mirar Intereconomía. ¿Alguien puede suponer las críticas que generaba cualquier intento de aprobar nuevas leyes progresistas? Lo mismo que ahora, exactamente lo mismo.

Yo, por tanto, dudo que la República a secas sea una solución adecuada. Tras la excitación de los primeros momentos, nada o casi nada iba a cambiar. Estas navidades pasadas Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución actual, señaló en una entrevista que los españoles quieren como Presidente de la República a Aznar o Bono. ¿Es necesario recordar lo que hizo la derecha republicana durante los cinco años de la Segunda?

Naturalmente prefiero una República a secas que una monarquía que afortunadamente, la gente va por fin conociendo. Pero una República, sin más, sería otra forma de acabar exactamente en lo mismo. Por eso decía al principio que la única solución que yo le veo a este país pasa por una República Federal. Eso que llevamos tanto tiempo reivindicando los catalanes (ya desde la Primera, hace casi 150 años, en que se presentó un proyecto de Constitución Federal en que se indicaba que España estaba formada por una serie de Estados). Esa sería una manera justa de continuar siendo España pero permitiendo que todos (o que casi todos) se sientan cómodos (y siempre que digo esto la gente me mira como diciendo, pero si yo ya estoy cómodo... tú sí, pero igual yo no, y cuando digo yo no me refiero a mí sino a nosotros, claro). Pero, como decía, no detecto en absoluto esa necesidad en otros rincones de España. Señal inequívoca de que no se comprenden las otras nacionalidades ni se empatiza lo más mínimo con ellas. Lo cual me lleva a pensar que el Presidente de la Tercera República seria casi con toda seguridad Aznar. O Bono. Y para este viaje no cojo yo grandes alforjas, sinceramente. En otras palabras, que para construir una República que dentro de tres años repita episodios como el del Estatut, el del boicot a los productos catalanes, el de la polémica por los traductores en un Senado que seguiría sin servir absolutamente para nada, para repetir todo eso ya nos sirve el Rey y su encantadora prole.
De todas formas es importante darse cuenta como España, aunque insista en no querer ver el problema territorial que tiene vuelve siempre a poner sobre la mesa el tema de las nacionalidades: las comunidades autónomas actuales son, naturalmente, muy parecidas a los Estados propuestos por la Constitución Federal que nunca llegó a aprobarse. Señal inequívoca de que incluso quienes no ven problema nunca, saben que el tema no deja de estar siempre encima de la mesa. Y que siempre vuelve.

Ahora que la Monarquía comienza felizmente a tambalearse, ni que sea un poco, me gustaría pensar que se plantea sustituirla por otra organización estatal más respetuosa y menos impositiva. Pero creo que no es así. Mientras que el uso de las otras lenguas españolas en la capital sea visto como un derroche sin sentido, no será así. Las mal llamadas nacionalidades permanecen, por tanto, abocadas a la queja y a la escisión. Y así será mientras la única nación española válida sea la castellana.

diumenge, 8 de gener del 2012

¡OH, GRAN SEVILLA!

He pasado el fin de año en la ciudad que da título a esta entrada, título que la describe bien, muy bien, y que está sacado del séptimo verso del soneto cervantino que tanto me gusta. Porque Sevilla es efectivamente grande, y muy bonita. Paseándola, que creo que nunca vi una ciudad tan hecha para ser paseada, los tópicos venían a raudales a nuestras cabezas. Sevilla, "con qué pasión te enamorará, y te embrujará", que cantaba Miguel Bosé en una canción que hoy se nos antoja muy tonta. O las "modistillas", el "he vuelto a ser remero de la plaza España" o los paseos por el "parque de María Luisa, a ver morir el sol", de otra canción más absurda todavía, debida a José Luis Perales. Pero musicalmente no todo es tan malo, aunque insista en ser tan tópico. Está también, por ejemplo, la canción de Pareja Obregón: "Me da igual cantar en Sierpes que en la Plaza Nueva, pasear por esas callecitas tan estrechas...".

Paseando por Sevilla nos acordamos de estas canciones y de tantas imágenes sacadas de la tele, de los anuncios, de Semanas Santas espantosas, de películas de dudosa calidad, de duquesas forradas en sus palacios y en sus bodas. Y entonces yo llegué a una conclusión: que Sevilla no merece los tópicos que tiene, porque es una ciudad más hermosa de lo que los tópicos dejan adivinar. Muchísimo más hermosa. De una belleza de verdad, no de una belleza de balada de domingo. Me ha impactado Sevilla, me ha gustado mucho. Y hoy quiero compartirla en esta entrada. Y reivindicarla como la ciudad que, más allá de cuatro cantantes ligeros, inspiró óperas y versos, iluminó pintores o alumbró poetas (Bécquer, Machado, Cernuda, entre mis preferidos). Y, eso sí, la gracia sevillana, que realmente existe, que siga siendo un tópico, pero un tópico positivo. Ahí va un vídeo de los villancicos, acompañados de las danzas espontáneas, que se marcan en plena calle.

Como dije, nunca vi una ciudad para ser tan paseada como Sevilla. Paseamos, buscamos, nos perdimos en el laberinto en que a veces se convierten sus calles. Pero además cumplimos con todos los requisitos del viajante que trata de ser poco turista (o nada turista), pero el tópico, ay, a veces acaba engulléndolo.De día y de noche. Por el Arenal, por Santa Cruz, Triana o la Judería. Por el lado del río o protegido tras las murallas del Alcázar.
Sevilla es todo eso. También la gracia inesperada (mirad la foto de la pizarra de un restaurante), incluso la gracia en los errores de ortografía, o en cualquier error, algo que se agradece mucho en nuestro mundo políticamente correcto.

Pero Sevilla tiene más. ¿Más? Claro, tiene sevillanos, cómo no. Y también ellos se apartan del tópico, o lo trascienden. Es cierto que son enormemente amables, muy hospitalarios. Para muestra podéis pasaros por el blog de Reyes, con la cual, por cierto, compartimos un vino y justo al "desvirtualizarnos" nos conectamos todavía más.

Id a Sevilla. Es un consejo muy serio.

dilluns, 2 de gener del 2012

PUEBLOS ABANDONADOS

Uno es melancólico; no lo eligió. Y le gustan esos paisajes propios de la melancolía, lo mismo que le gustan las tardes lluviosas o el frío tras los cristales. Entre los paisajes del melancólico se encuentran las ruinas, los cementerios... Ninguno de los dos se cuentan entre mis favoritos. No así el motivo de esta entrada: los pueblos abandonados. Decir que me gustan suena mal. No me gustan; me duelen, me provocan enorme desazón, lo mismo que cuando paseando por la calle te cruzas con un zapato tirado. Es como una parte de la vida de alguien que quedó allí olvidada.
Empecemos por decir que ojalá no existieran. Yo pertenezco a una familia qua abandonó sus pueblos (aunque afortunadamente conservaron las casas) porque lo rural no les daba para vivir. Y a mí me ha llegado la tristeza que con seguridad sintieron cuando lo dejaron todo, cuando cerraron la casa (qué horrible sensación, cerrar la casa, ese último portazo, esa llave cerrando como en un lamento, para largar a buscarse la vida a otro sitio). Supongo que eso me ha llegado. A través de la memoria genética, o de los relatos familiares. No sé cómo, pero me ha llegado.

 Dije al principio que me gustan los pueblos abandonados y seguramente dije mal. Me interesan, me ponen triste, me conectan con mi propio pasado (el que ni siquiera viví). Luego es cierto que la soledad que transmiten, ese silencio de muerte de las casas deshabitadas todavía no convertidas en ruina, nos conecta con algo muy íntimo, muy ctónico, muy vivido, muy humano.

 Recuerdo que en una película de Almodóvar los protagonistas iban al pueblo, ya deshabitado de uno de ellos (Átame, creo) y a la vuelta cantaban el himno que tanto nos gusta del Dúo Dinámico (Resistiré, erguido frente a todo). Ese contraste entre la muerte, el pasado, y la lucha por el futuro abría nuevas dimensiones al filme. Yo, al menos, lo entendí así.
Existen varias páginas en internet que hablan sobre los pueblos abandonados, que los homenajean. Me gusta pasearme por ellas en ocasiones, como recordatorio de lo que debería dejar de suceder: que nadie más se viera obligado a abandonar sus hogares, que estos rincones no lleguen a convertirse en paraíso de los fantasmas. (Y cabría hablar aquí de los programas de repoblación que algunas comarcas han iniciado, con la intención de darle vida a las piedras, enriquecer el entorno, y olvidarnos de tener un país deshabitado. A ese respecto podéis consultar el blog Ocupemos los pueblos abandonados).

Algunas de las páginas que os digo sobre los pueblos deshabitados son las que se esconden tras las fotografías de esta entrada.

dimarts, 27 de desembre del 2011

AFA

(Las fotografías de este post son, lo mismo que las del anterior, dispersas imágenes de la Navidad en Barcelona)

Ya dije en la entrada anterior que cuando era joven las navidades no me gustaban nada. De todas las fiestas, sin embargo, la que menos me gustaba era la noche de fin de año. Cuando salía me encontraba unos precios prohibitivos para mi bolsillo precario de entonces, una cantidad agobiante de gente en todas partes (que convertían ese bar preferido en una vulgar lata de sardinas), los borrachos inevitables cuando regresabas a casa, a pie, porque además o no había dinero o no había taxis libres. Y el resultado era que esa noche no solamente no habías disfrutado lo que las normas dictaban (porque esa noche debe ser la leche y quien se aburre es porque es tonto) sino que además te habías divertido muchísimo menos que cualquier otro viernes. La gente iba pasada, casi no podías moverte, los amigos estaban desperdigados en cotillones diversos y además esa costumbre inevitable (la de la bolsita que te daban a la entrada, con los espantasuegras, el gorrito, el confetti y la serpentina) se resistía a morir. Horrible, sin paliativos. Una pesadilla.

Siempre me ha horrorizado lo de divertirse por decreto ley. Este aspecto parecía que la gente no se lo planteaba: nadie protestaba y todo el mundo parecía divertirse muchísimo (y si no se divertían se emborrachaban).

Cuando conocí a mi gran amiga Susana encontré un ser muy parecido a mí en muchos aspectos. Me lo pareció nada más conocerla, y no estaría yo muy equivocado si tenemos en cuenta que hoy, más de veinte años después, sigue formando parte de mi círculo de gente más querida. Sí, nos parecíamos en muchos aspectos: baste poner como ejemplo que ella también odiaba los fines de año. De hecho, los odiaba tanto como yo.

Lo del AFA fue idea suya, no quiero quitarle el mérito. Ese fin de año decidimos juntarnos con unos amigos pero no íbamos a celebrar un fin de año al uso. ¿Qué celebrábamos entonces? ¿Qué se puede celebrar la noche de fin de año que no sea el fin de año? Pues un Anti Fin de Año, dijo Susana, un AFA. Nos reunimos con más gente y tratamos de ser sencillamente poco usuales. Bebimos y brindamos, eso sí, pero no porque fuera fin de año sino porque siempre nos gustó beber un poco.
La vida ha pasado, Susana y yo nos hemos hecho ¿adultos? sin dejar de ser amigos. La vida ha transcurrido para ella y para mí. Pero los AFAS vinieron para quedarse, al menos en mi caso ( y creo que en el suyo también). Cada vez que vivo un AFA vistoso le escribo luego y se lo cuento. ¿Qué tal el fin de año?, nos preguntamos días después. AFA total.

Mi AFA más radical fue un año en que tenía una ligera faringitis con unas décimas de fiebre que no me hubieran impedido ir a la cena que tenía programada. Disculpé mi asistencia y me metí en la cama rodeado de libros mientras iba pensando que se estaba de maravilla y que aquel AFA era plácido pero no menos bueno. O el año pasado, qué gracioso estuvo el AFA en París... Las luces de la Tour Eiffel se encendieron de golpe, todo el mundo dijo Bone Année, descorcharon alguna tímida botella, se fundieron en algún abrazo rápido, luego un beso, para finalmente darse la vuelta y meterse en la boca del metro. Un AFA inesperado. Mi pareja y yo volvimos al hotel paseando mientras París no paraba de sonreírnos. Yo iba pensando, ya verás cuando le cuente a Susana que estos franceses han adoptado el Anti Fin de Año con tanta fe.

 De corazón y para todos: feliz AFA y feliz 2012.

dimarts, 20 de desembre del 2011

IMÁGENES DE LA NAVIDAD EN BARCELONA

A mí no me gustaba nada la navidad cuando era adolescente. Representaba entonces lo que sigue representando: el consumismo, la hipocresía y la ñoñez. Pero un año, cuando ya había dejado atrás la adolescencia, cuando ya trabajaba, me encontré un cinco de enero parado por la calle viendo como pasaba la cabalgata de los Reyes Magos. Entonces me acordé de mi mismo sobre los hombros de mi padre, viendo pasar los Reyes. Y recordé esa ilusión infantil. Pensé también en mi familia, en la navidad que acabábamos de pasar. Y supe que al día siguiente por la tarde comenzarían a retirar las luces y todos los escaparates se vestirían de rebajas, y yo tendría que madrugar nuevamente porque el trabajo estaba esperando y la buena vida había acabado ya. Y en esos momentos, cómo no, maldije el tiempo que se iba y maldije no haberlo aprovechado. Porque, lo supe entonces, la navidad representa también la familia, significa los amigos, significa pararse a disfrutar de una tarde viendo una peli. Significa el invierno, que me gusta mucho. Y significa la infancia.

(En la foto de arriba podéis ver los galets gigantes de decoración que han colocado en Rambla de Catalunya. Son los mismos que el ayuntamiento esparció hace unos años por la ciudad. Así de original era el Ayuntamiento socialista de Barcelona, ejem. Los galets es la pasta típica para la sopa del día de Navidad. Como se sabe los catalanes celebramos el día de Navidad y no la Nochebuena, aunque a la hora de la verdad y puestos a celebrar, uno acaba celebrándolo ya todo.)


(Las dos fotografías inmediatamente superiores corresponden a la pista de hielo que han puesto este año en la plaza Catalunya. Sí, la misma plaza que un día se vio invadida por los indignados recoge ahora una atracción con clara finalidad consumista. Sonriamos de todos modos...)
(Una de las citas ineludibles del periodo prenavideño en Barcelona es la Fira de Santa Llúcia, delante de la Catedral, que se celebra desde épocas muy antiguas, dedicada básicamente a la venta de belenes y objetos de decoración navideña. La fotografía de arriba es de la entrada a la fira este año.)
(Y otro emblema es la decoración de El Corte Inglés, claro está. En esta foto se puede ver la gran cantidad de fotógrafos aficionados que plantaron sus trípodes delante de los grandes almacenes para fotografiar la decoración de la plaza. Yo les fotografié a ellos)

Es por eso que ese día, viendo pasar los Reyes supe que aquel a partir de entonces nunca más iba a decir que no me gustaba la navidad, no fuera a arrepentirme más tarde, cuando el tiempo haya hecho más estragos. Al contrario, iba a vivir intensamente las próximas, disfrutando en cada momento de la gente querida.

Desde ese año cuando comienzan a poner las luces en Barcelona espanto los pensamientos inevitables y me quedo con los planes pequeños de lo que voy a hacer con los míos: esa cena entrañable, el brindis, las luces de la decoración, los padres, alguna salida, la gente que quiero... Porque ese año supe que si la navidad es una época en que los sentimientos están más a flor de piel, aunque sean previsibles, vale la pena aprovecharlos para ser un poco más feliz. Y vivirlo intensamente. Porque la vida, al final, son los buenos momentos que hemos pasado y no las cosas que hemos adquirido.

Que tengáis unas felices fiestas y que sepamos verle siempre lo positivo a todo. Para ello os paso este enlace (gracias Mateo Santamarta) en el que se recogen los cinco arrepentimientos más comunes en las personas que están en el tramo final de sus vidas. Para que no lo perdamos de vista. Y para que sepamos aprovechar todos los instantes, incluidos los buenos momentos que nos trae la Navidad.


(Y finalmente mis mejores deseos: Bones Festes)

dimecres, 14 de desembre del 2011

LAS ENFERMERAS RUSAS

Durante estos días he estado mirando con atención a Rusia, por el pucherazo de ese ser despreciable llamado Putin, y de su cachorro (o su cacharro, que no viene de una vocal a estas alturas). Y he pensando que los pobres rusos han tenido muy mala suerte casi siempre con sus gobernantes. Mi memoria me ha traído, por ejemplo, a esa momia llamada Boris que le daba al vodka en demasía y luego pellizcaba el trasero de las secretarias o se paseaba beodo haciendo el número o bailando los pajaritos (que en su caso era aproximadamente lo mismo). El siguiente vídeo les dará una idea, por si se habían olvidado, que no lo creo.

He estado mirando con atención, y con indignación, el pucherazo ruso, que ha hecho que muchos ciudadanos salieran a protestar a las calles. Siempre que el pueblo sale a la calle nos produce admiración. Entonces pensamos que queda una esperanza para el mundo, y que la maldad y la mentira no pueden triunfar siempre. Pienso que se ha hablado poco, o será que estamos tan preocupados con lo nuestro que ni fuerzas tenemos para ocuparnos de otros asuntos. Pero Putin, y su cachorro Medvédev, representan esa Rusia despreciable, en la que los nuevos ricos se pasean dando asco y la mayoría del pueblo se muere de hambre. Pero mientras que nadie se ocupa de los que se mueren de hambre, a los que dan asco se les recibe con las mejores sonrisas, porque si bien es innegable que dan grima el dinero nunca lo da.
Mirando en estos días a la corrupta Rusia me he acordado de la Rusia soviética, esa que cayó por sus propios errores. Esa que celebraba los días de fiesta con tanques, soldados, misiles y muchas momias mirando el desfile desde el Kremlin. Me he acordado de esas momias, pero me he acordado poco, porque casi nunca salían y cuando lo hacían se les veía de lejos. Nombres como Brézhnev, Andrópov y Chernenko son suficientemente representativos de por qué la gente no se daba tortas por entrar en el régimen comunista. Daban mal rollo, esa es la verdad. Seguramente desde Occidente se acentuaban los males, no diré que no, pero se bastaban por sí solos para dar yuyu.

Y puesto a recordar me he acordado también de la enfermera rusa que da título a esta entrada. ¿Que quién es esta enfermera? Algo así como la encarnación de lo que viene siendo Rusia desde hace muchos años, para desgracia de los rusos. Y, digámoslo claro, una encarnación de lo que este mundo neoliberal que nos toca sufrir quisiera poner de moda. De aquello en lo que nos estamos convirtiendo. La enfermera rusa, es decir, la dama del sueño, la señora de los silencios, la mujer narcótica, la fémina de los ansiolíticos, Madame Morfina, Lady Opio, la dueña de la mudez.

En agosto del año 2000 el submarino nuclear ruso Kursk, tras un experimento, se perdió con todos sus tripulantes a bordo, muchos de ellos vivos. Mientras el submarino permanecía depositado sobre el fondo marino, sin posibilidad de movimiento, en la superficie medio mundo sufría por los marineros y se intentaban diversas operaciones de rescate. Meses después se logró recuperar y se descubrió que los tripulantes que habían sobrevivido habían contado aspectos de su larga e inútil espera escribiendo a oscuras desde la parte trasera del submarino, probablemente oteando desde las ventanillas alguna luz que acudiera a rescatarlos.

El triste episodio hizo que se cuestionaran muchos aspectos relativos a la seguridad de los soldados. Cuando se celebró el funeral oficial la madre de uno de los muchachos muertos en el accidente se levantó y, gritando, trató de pedir explicaciones a quien se las pudiera dar. Pero ahí estaba ella, la enfermera rusa. Diligente, veloz como una rata, sacó de alguna parte una jeringa que inyectó sin miramientos en el hombro de la dolorida madre que cayó en un instantáneo sopor (y evidentemente se calló).

Viendo y leyendo la polémica sobre las recientes elecciones con trampa en Rusia me he acordado de ella. Y he pensado que seguramente tenemos enfermeras rusas infiltradas en todas las ciudades, en los pueblos, en todas las calles, preparadas para inyectarnos raudas una buena dosis de tranquilizante y hacernos callar al instante. No es broma: estemos atentos. Haberlas, haylas.

divendres, 9 de desembre del 2011

CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DE

El domingo vi por la tele un documental sobre el que quiero llamar la atención (TV3, 30 minuts, El menjar que llencem). Se está hablando mucho en estos últimos años del tema de la sostenibilidad, de la gestión de residuos y, ya desde otro punto de vista, de la llamada obsolescencia programada que explicaría por qué nuestros electrodomésticos se estropean fatalmente al día siguiente de haber terminado la garantía, y que está muy bien retratado en el aconsejable documental Comprar, tirar, comprar. Sobre estos temas he leído cosas muy interesantes en prensa, en blogs, y he visto también documentales. De lo que habló el programa del domingo, sin embargo, no sabía tanto.

El reportaje hablaba de la enorme cantidad de comida en buen estado que tiramos diariamente. Los datos son aterradores y dan que pensar: un 20% de los alimentos del primer mundo van a parar a la basura cada día. De semejante despilfarro todos somos, en mayor o menor medida, responsables.

En el reportaje se centraban en lo que ocurre semanalmente en nuestras casas. ¿Cuánta comida caduca en nuestras neveras? ¿De cuántos alimentos nos deshacemos porque consideramos que no están suficientemente frescos? Una bandeja de carne, las sobras del pescado, un huevo, una bolsa de pasta no significan grandes cantidades. La cuestión está en sumar nuestra familia con la familia de al lado, y con la otra, y con todo el país.

Aparecía también lo que ocurre en los comedores escolares: chicos que llenaban sus platos en un self-service, dejando luego el plato medio lleno. Cogían, por ejemplo, cinco rebanadas de pan cuando resulta lógico suponer que como mucho se iban a comer dos. El reportaje pesaba los quilos de comida en buen estado que se tiraban a la basura cada tarde y los números resultaban vergonzantes. Y estos mismos escolares mostraban una absoluta falta de culpabilidad por lo que estaban haciendo. Si se les preguntaban si no se sentían mal por despilfarrar tanta comida su respuesta era que no, puesto que ellos habían pagado y por tanto podían hacer lo que quisieran con lo que era suyo.
En las grandes superficies la cosa era aún peor. El documental mostraba lo que hacen diariamente los supermercados antes de abrir: retiran todo producto que, o bien está a punto de caducar (aunque no lo haya hecho), o bien no presente una apariencia lo suficientemente fresca. En otras ocasiones tiraban también directamente los excedentes. Podrían haberlos llevado a otro supermercado de la misma cadena, pero pagar el camión del transporte significa pagar más dinero. Así que resulta más económico tirar cajas y cajas en lugar de recolocarlas en otras tiendas. Los datos eran los mismos: un 20% del total iba a parar a la basura. Viendo cubos y cubos de carne en buen estado dirigiéndose al camión de la basura uno pensaba en que de cada cien animales sacrificados para nuestra alimentación, 20 están siendo sacrificados para absolutamente nada.

Podría pensarse que los supermercados dan los productos de los que se deshacen a entidades de ayuda. No solamente no es así, sino que muchos restaurantes, según denunciaba el documental, rocían sus alimentos con lejía para evitar que la gente se agolpe a sus puertas para rebuscar en sus basuras. Por lo visto, da muy mala imagen.

Pero el resportaje iba un poco más allá: no solamente culpaba al consumidor, que sin duda tiene una parte de responsabilidad por su búsqueda obsesiva de la frescura aparente, sino también a las estrategias comerciales que llevan a ese despilfarro. Paquetes familiares que indudablemente acaban estropeados antes de ser consumidos, por ejemplo, o esas confusas firmas que llevan casi todos los productos en las cuales podemos leer aquello de CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DE..., leyenda que casi todos toman como sinónimo de caducidad cuando no lo es. Un producto puede perfectamente consumirse después de lo que indica la fecha en el envase. Y seguramente lo sería si un escrito tan tramposo no invitara a tirarlo a la basura para comprar otro.
Ver el reportaje significa enfrentarse directamente al absurdo de nuestro mundo. Unos, aun en crisis, tiran el 20 por ciento. Y otra parte del mundo, mientras tanto, sigue muriéndose de hambre. Todo ello sin atisbo de sentimiento de culpabilidad por parte de casi nadie.

Yo tengo días optimistas y días pesimistas. En los primeros pienso que los pequeños gestos son importantes y pueden modificar poco a poco el mundo. En los segundos pienso que no vale la pena sufrir ni medio minuto. Si me pongo cruel pienso que quienes entren en este blog dejarán un comentario escandalizado y el lunes tirarán el medio pollo que les sobró del domingo mientras juegan con su último iphone o estrenan aquellos zapatos tan caros.

Si me pongo más cruel todavía pensaré que yo mismo tiraré el lunes el medio pollo que me sobró del domingo mientras pienso que voy a comprarme un iphone porque la blackberry hace las fotos que son una pena.

O quizás no, quizás sea cierto que un mundo sostenible va a ser posible en el futuro: sostenible desde todos los puntos de vista. Y justo. Un mundo justo, también desde todos los puntos de vista.

Pero como no quiero acabar con este mal sabor voy a levantar mi copa metafórica (que apuraré, no pienso tirar ni una gota) y brindar por la justicia posible con el grito que más nos une a todos los republicanos del ancho mundo ibérico: ¡Viva Urdangarín!

Feliz puente.

dissabte, 3 de desembre del 2011

LA SOPA FRÍA

Llevo algunas semanas retrasando la opinión sobre las elecciones. Dije que prefería dejar que se enfriara la sopa. De lo que redacté aquella noche de domingo, tras la marea azul, poco queda. No porque mis ideas se hayan modificado sino porque el tiempo hace verlo y escribirlo todo más tranquilo.

El mío no es un blog específicamente político pero, en tanto que medio de expresión, me ha gustado en ocasiones convertirlo en vocero político. Pero siempre siendo sintético porque tampoco merece la pena más. Además ya doy la opinión, y me la formo, en blogs políticos de primera división de gente querida y admirada. Veamos pues los puntos de la sopa.
Punto primero: no me gusta obviamente el avance del PP. Ya dejé escrito en una entrada de mi primer blog por qué no me gusta este partido. El tema es que, más allá de que sea un partido de derechas, que ya de por sí siento que no va conmigo, la derecha caciquil, rancia, pacata y que supura moralina (y la aplica, por desgracia) me horroriza hasta límites insospechados. Para mí el PP es (o incluye) esa derecha. Si fuera una derecha más civilizada, más europea, seguiría sin gustarme, que sabemos cómo las gasta la derecha europea. Pero no me daría el mismo asco.

Punto segundo: ¿a alguien le extraña el batacazo del PSOE? A mí no. Es más, pienso sinceramente que es un batacazo merecidísimo. Lo ha hecho muy mal estos últimos años, su gestión de la crisis es absolutamente deficiente, y sus pactos con el PP han dejado a muchos en casa. ¿Significa eso que piense que el PSOE lo ha hecho siempre tan mal? No, confieso públicamente que aplaudí el PSOE de la primera legislatura de ZP. Pero éste ya era otro PSOE.

Punto tercero: Ha supuesto una gran alegria la subida de IU. Pero, ¿qué pienso sinceramente del partido de Cayo Lara y su equivalente catalán Iniciativa? Que su rumbo errático no les permitirá nunca gobernar ni por asomo. No me gusta el mundo que tenemos, también yo opto por cambiarlo, pienso además que es necesario hacerlo (más allà de cuatro cambios cosméticos). Pero mientras sigamos jugando en esta liga las respuestas deben ser las de esta liga. En caso contrario no resultan creíbles a una mayoría de persones. Que ante la debacle de la izquierda socialista, IU no crezca muchísimo más a mí no me puede contentar y sí en cambio que me exige ser muy crítico. No puede ser que IU se contente con ese voto flotante que aterriza en sus filas cuando el PSOE se hunde, y se le escapa con el cuento del voto útil cuando el PSOE se viste de auténtico.

Punto cuarto: de Rosita la pastelera no diré nada. No me gusta esa mujer, me gusta menos que nadie. Del mantenimiento de ERC en Catalunya tampoco diré nada aunque me alegro. De quien sí diré es de los vascos. Bueno, no diré. Me levanto y les aplaudo. Ya está.

Punto quinto y último: el caso catalán. Me siento orgulloso, así de claro. Algunos dirán: ¿orgulloso de qué? ¿De los recortes que Mas anunció a las veinticuatro horas? En la actual circunstancia me temo que los hubiera hecho cualquiera. El debate sobre qué cortar y qué no sigue en punto muerto (y ese sería el gran debate). Y yo nunca he sido de CIU ni creo que lo sea nunca. Entonces, os preguntaréis, ¿orgulloso por qué? Sencillamente, porque una vez más nadie duda de eso que se llamó el hecho diferencial. Ver un mapa azuloscurocasinegro, dominado por la gaviota, con la salvedad del País Vasco y Catalunya, a mí particularmente me hace ilusión, no voy a ocultarlo. Me gusta vivir en una tierra en que el pacatismo pepero no arraiga. Me dirán que el azul de CIU es también azul, y el pacatismo de Durán Lleida de antología, me dirán que son primos hermanos, me dirán lo que quieran decir, pero nadie va a evitar que yo me alegre profunda y anchamente de que en mi tierra no haya ganado el PP. Y quien no lo quiera entender, que no lo entienda. Ya que somos España, me gusta ser una España menos española.

Tengo un compañero de trabajo que me decía el otro día que ese mapa en que resaltan con otro color estas dos naciones, la vasca y la catalana, que algunos todavía se resisten a reconocer como naciones, es más bien una diana. ¿Una diana?, le pregunté. Sí, sonrió él. Saben a dónde disparar, lo tienen fácil, no tienen más que mirar lo que no es azul.

Pero ese sería otro tema: un tema viejo, antiguo, rancio, molesto, pesado, pero que vuelve siempre. El tema del encaje de Catalunya en España. En Madrid, el centralismo político ha tenido siempre muy claro hacia donde disparar. Yo ya tomé mi decisión hace un tiempo y no voy a seguir dándole vueltas. Mi banda sonora del día de las elecciones se resume en una canción mítica: El jorn dels miserables de Lluís Llach, una canción que a mí me recordará siempre al día en que en España (al menos en España) ganó el PP. La idea, justo es decirlo, no es mía: fue de Ramon Carreté del blog Amb vetusta gonella. También se sumó a este proyecto silencioso mi amigo Josep del blog Vivències. Yo hoy, como colofón a lo que fue y a lo que espero (temo) de esta España del PP, adjunto otra canción de Llach, "Companys, no és això" muy bien montada por cierto. Como suele suceder con los poetas, con menos palabras dicen más y mejor.

dilluns, 28 de novembre del 2011

ZARAGOZA, EL AVE, EL FUEGO Y JAIME PEÑAFIEL

Este verano estuve en Zaragoza. Era la segunda vez. La primera fue cuando tenía dieciséis o diecisiete años. De aquella primera visita permaneció, sobre todo, el impacto de la Aljafería. Se trataba de comprobar ahora si realmente valía la pena o fue una pequeña fascinación debida a la inocencia de la juventud extrema. Como cuando relees un libro treinta años después: no todos pasan, lo sabemos bien, la prueba del tiempo.

Como en Barcelona tenemos AVE, caro pero eficaz, decidimos tomarlo de buena mañana, y regresar después de comer. En dos horas nos íbamos a plantar en la ciudad del Ebro, veríamos lo más destacado, y volveríamos puntualísimos, sin habernos siquiera despeinado. O eso creíamos nosotros (es evidente que siempre la vida puede más y te reserva sorpresas no siempre gratas).

Zaragoza es una ciudad pequeña que merece mucho la pena. La zona antigua, los aledaños del Pilar, el mercado, las callejas... El Pilar es enorme y merece la pena verse, a pesar del estilo arquitectónico. (Es curioso, tanto que me gusta el barroco en pintura y literatura, en cambio en arquitectura prefiero de lejos la sencillez del románico o la fastuosidad vertical del gótico). También la Seo, la Catedral, muy cercana al Pilar. Y el río detrás, en una de esas típicas imágenes de la ciudad.
La Aljafería no me desengañó en absoluto. Es tal como la recordaba: un vestigio de esos reyes moros de la épica francesa (y española). Un paraje de enorme delicadeza árabe, una sorpresa encantadora. En ella están ubicadas las Cortes aragonesas y sus dependencias. Hicimos la visita de rigor y descubrimos, cómo no, que los encantadores Reyes Católicos dejaron su delicada huella, como solían hacer (es irónico, claro).

Tras comer en un agradable restaurante volvimos a la estación Delicias para regresar a Barcelona. En dos horas íbamos a estar en casa. Pero, como sucede a veces, o quizá mejor, como sucede siempre, el hombre propone y la vida dispone lo que le da la gana. Mientras íbamos hablando de las excelencias del AVE (qué rápido, que agradable, qué cómodo) el tren se detuvo en seco. Pensamos, cómo no, que se trataba de una parada técnica sin importancia.

Cuando llevábamos media hora era evidente que había ocurrido algo. Comenzamos entonces a deslizarnos por la vía a velocidad de tortuga. Lleida permanecía al fondo, lejana y sola (otra ironía). La bordeamos y continuamos, al mismo paso de tortuga, en dirección a Tarragona. Hasta que una nueva detención, con los consabidos chasquidos de lengua alrededor, hizo suponer que la cosa sería aún peor. Una amable señorita nos informó por megafonía que debido a un incendio íbamos a permanecer detenidos un rato más.

En concreto la minucia de media hora. Continuamos luego, a la misma ínfima velocidad de crucero. Una liebre nos hubiera adelantado. Miramos el reloj. A esa hora teníamos que estar llegando a Barcelona-Sants.

Cuando estábamos a punto de llegar a Tarragona se detuvo el tren de nuevo. La misma señorita que nos había hablado antes nos informó que debido a un agravamiento de la situación del fuego nos veíamos obligados a regresar a Lleida. Dicho y hecho. El tren volvió sobre sus propios pasos deshaciendo el camino andado. En media hora entrábamos en la estación de Lleida-Pirineus (que así se llama, aunque los Pirineos caigan a tres horas en coche). La estación estaba repleta de AVES, de TALGOS y de gentes diversas procedentes mayormente de la Villa y Corte. Todos en pie, fumando en los andenes, vociferando, gritando otros, amarrados a las botellas de agua, soportando el insoportable calor de tarde de julio. Y se dio entonces una de esas situaciones incómodas pero con un punto divertido.

La simpática señorita que se iba asomando ocasionalmente a la megafonía dijo en su mejor tono que nos dirigiéramos al vestíbulo de la estación. Iban a habilitar autocares que nos iban a transportar a la estación de Tarragona, lugar donde tomaríamos otro tren que nos llevaría en un santiamén a Barcelona. Eso sí: los autocares iban a ser ocupados por estricto orden de llegada al vestíbulo. Podéis imaginaros el resto: carreras, empujones, gritos, caídas. Los pijos madrileños del barrio de Salamanca perdieron toda compostura de clase y se tiraron a codazos, que de eso saben.

Servidor, en estas circunstancias, no pierde la calma. No es mérito: lo que ocurre es que no me gusta correr, y pienso, ya no viene de media hora. A quien sí le venía era al insigne periodista del corazón Jaime Peñafiel que, ataviado con su corbata, el pañuelito blanco asomando por el bolsillo de la americana y perfectamente maquillado, se dispuso a llegar rápido a la cola porque tendría algún programa en Barcelona aquella noche. Todos nos dispusimos a guardar nuestro turno en una cola quilométrica pero como siempre ocurre también en estos casos, la gente es aficionada a la trampa y a colarse. Con las consiguientes quejas y protestas de los obedientes, entre los cuales me proclamo a mucha honra.

El calor era tremendo, como suele ser en mi ciudad natal. Todos seguíamos allí, bajo el sol justiciero, esperando los autobuses que no llegaban, o llegaban poco a poco. Miré entonces al periodista Jaime Peñafiel. El sol había comenzado a afectarle al maquillaje. Mucho menos encantador que en la tele, parecía que acababa de meter la cara dentro de un plato de aceite.

En cuando llegaron los autocares (una horita de cola) nos llevaron a Tarragona donde, tras una hora y media de trayecto por la Nacional (la autopista también estaba cortada) tomamos un tren que nos dejó en nuestra ciudad cinco horas y media más tarde de lo que el rapidísimo AVE había previsto.

Lo peor no fue eso, lo peor no fue ni siquiera haberse topado con J.P. Lo peor, y de largo, fue el incendio; esa lacra de todos los veranos. Pero ese sería otro tema.

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