Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dijous, 16 de juny del 2011

EL MALESTAR

Me pongo a escribir para el blog... "Los resultados de las últimas municipales se deben, no digo yo lo contrario, a muchos y diversos factores. Ni pretendo ni, honestamente, podría analizarlos todos.". Bufff, política. No, no, no quiero. No es eso. Quiero hablar de los motivos de mi malestar con las izquierdas. Porque me siento incómodo, en ocasiones, con unas izquierdas que no paran de darme palos por todos lados. Es ideología, por tanto, más que política.

Se me ocurre algo. Podría comenzar hablando de ese político que ha ganado con mayoría absoluta y no es del PP ni de CIU: el alcalde de Lleida... Pero mientras tanto voy concretando mis ideas. ¿Qué dijo el alcalde de Lleida que me pareció tan acertado? Claro, ahí podría haber una clave. ¿Y las otras? La autocrítica, terrible palabra. Y la sordera monumental y olímpica. Las izquierdas escuchan poco. Muy poco. Muchas veces ni siquiera escuchan. ¿Será por eso lo del malestar?

Lo redacto y lo cuelgo. En Grito de Lobos. Si queréis, podéis leerlo aquí. Si no os apetece, chicos, lo entiendo perfectamente. Uno no tiene todos los días el cuerpo para las filosofías y las quejas de los vecinos.

Os mando un saludo grande. Y que sepáis que estoy con algo más de tiempo. Y que, con más tiempo, quizá pronto me dé el punto y dé nueva vida a este faro que, en realidad, nunca ha dejado de estar, de ser.

Artículo publicado originalmente en Grito:

Los resultados de las últimas municipales se deben, no digo yo lo contrario, a muchos y diversos factores. Ni pretendo ni, honestamente, podría analizarlos todos.

De todos los políticos socialistas catalanes del ámbito municipal sólo ha aguantado uno (en grandes ciudades, al menos): Àngel Ros, alcalde de Lleida, mi ciudad natal.

Los factores que pueden explicar que Ros aguante con una cómoda mayoría absoluta cuando otros se hunden son, ya dije, diversos. No vivo en Lleida y por tanto forzosamente me pierdo parte de la película. Pero hay un factor que, al menos desde fuera, me parece digno de tener en cuenta.

Cuando a Ricard Gomà, candidato de IC-Els Verds por Barcelona, le preguntaron por el buenismo respondió que lo prefería al malismo. Como para no estar de acuerdo. Pero no es suficiente. Ni como análisis ni como autocrítica.

Por buenismo se entiende esa actitud paternalista generalmente hacia los inmigrantes, pero no sólo. Desde hace tiempo que vengo defendiendo el gran problema que supone el buenismo para la izquierda. A ese problema hoy añadiría la falta de autocrítica. Pero de autocrítica de verdad, de raíz.

Volviendo al tema de los inmigrantes creo que todos comprendemos la necesidad de una política de ayuda para la integración. Todos sabemos también que existen medios y personas que fomentan un clima de malestar generalizado. Y que existen formaciones que aprovechan entonces para sacar tajada electoral (Plataforma, un partido abiertamente racista, sería uno, pero también en muchos casos el Partido Popular).

Cuando se confunden las políticas de ayuda con el buenismo (que es lo que pienso que en muchas ocasiones ha sucedido) el malestar crece, sobre todo cuando es azuzado por las derechas. Y son estas las únicas beneficiadas. Perdemos los demás: los inmigrantes y las izquierdas. Se acaba dando una enorme paradoja: crece cada día, como el laurel de Daphne, aquello que pretendemos combatir.

No digo que el crecimiento de las fuerzas racistas se deba al buenismo. Sería simplificar. Pero sí que sería importante que las izquierdas, en lugar de decir que no, dedicáramos cinco minutos a pensar en la posible responsabilidad que tenemos también nosotros con todo ello. Quizá descubriríamos que el buenismo no ayuda.

Àngel Ros ha ganado con mayoría absoluta en Lleida, entre otras cosas, porque dejó de lado este discurso tan típico de la izquierda. Ha ganado, probablemente, porque dijo que una cosa era la cultura (válida toda y válida siempre) y otra los valores. Y que nuestros valores, por los que llevábamos tiempo luchando (feminismo, igualdad, respeto a las minorías, extensión de los derechos y laicidad) eran comúnmente mejores a los valores que estas comunidades traían (mejores he dicho, sí, mejores, y que nadie se rasgue las vestiduras), y que no debíamos estar dispuestos a sustituir los nuestros por los suyos. Al contrario, no debíamos cejar en extender los nuestros.
Algún demagogo me preguntará que dónde he visto yo feminismo, igualdad y laicidad en la sociedad indignada que habitamos. Que quede claro que yo no he dicho que sea una batalla ganada pero sí una lucha en la que mayoritariamente estamos. Yo, al menos, no pienso renunciar a esa lucha. Y la izquierda, que se amilana con el tema del burka y con otros temas, y no se atreve a hablar demasiado alto, no entiendo por qué motivos, debería gritar eso con mayor contundencia. Y es sólo un ejemplo.

La izquierda no puede renunciar a dos principios. Ni a cambiar el mundo de raíz ni a influir en nuestra sociedad. Cambiar el mundo, hacerlo más habitable, es una lucha sorda en la que tengo puestas muchas esperanzas, si cuatro descerebrados ayudados por el sistema (léase infiltrados) no se cargan lo que parecía una promesa. Pero mientras que eso no llega debemos ser influyentes en el sistema. Y para ello creo que tenemos varias asignaturas pendientes. Una, la autocrítica que a veces me parece una quimera. Y otra, escuchar a la sociedad y aprender a no insultarla a la mínima que propone algo que no nos gusta del todo. Descubrir que las cosas no son blancas o negras, y que debemos descender a los matices si queremos ser creíbles.

Porque la sensación que tengo muchas veces es que la izquierda es poco permeable a la opinión que se sale de lo canónico de izquierdas. Y luego, que escucha poco. Y que escucha sólo lo que quiere escuchar.

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