Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dimecres, 30 de juny del 2010

CHAVELA

Desde los recientes tiempos de mi anterior blog, ya pensaba en la posibilidad de dedicarle un día una entrada a la gran Chavela. Sin más textos ni más elogios. Sencillamente porque desde siempre me emocionó su arrastrada pasión, su forma de decir las canciones, la interpretación, su ambigüedad calculada. Y yo, que me siento más cercano al razonamiento ilustrado que a la pasión romántica, peligrosa y parcial, a veces me he dejado llevar por esos iconos de la bestialidad gozosa, del vino, de la rabia, de la valentía, de los nadadores a contracorriente, que se tienen a sí mismos y nunca se abandonan, que no se venden.

Además Chavela es mi juventud, y eso, la juventud de cada uno, es siempre palabras mayores. Recuerdo aquellas tardes en casa de Rosa y Josep, mis amigos de entonces, de ahora y de siempre (chavelianos como son, nunca nada a medias) en que sonaban las canciones de Volver, volver mientras nosotros pensábamos que la vida era siempre igual de arrebatada. Luego supimos que no, pero el recuerdo ha permanecido.


Macorina, divertida y confusa, toda una provocación. Y En el último trago, otro ejemplo más de una teatralización camp que, aunque algunos quieran ver como preludio de la posmodernidad, para mí es antítesis de ella, pues equivale a negación de valores caducos y no a relativismo mentiroso.

diumenge, 27 de juny del 2010

LA VERDAD DE LAS COLUMNAS

El día que traigo grafiti, traigo un grafiti. Pero hoy pongo cuatro. Porque son cuatro grafitis temáticos y porque desde que me estoy haciendo de derechas las verdades me asaltan desde las columnas.

Lo de las columnas me llevó a una hermenéutica muy inspirada. Puesto que la misión de toda columna es sustentar el edificio, la metáfora está cantada. Necesitamos sustentarlo todo, con columnas recias, con mensajes rotundos en ellas. Ese es el camino. Lo mismo que San Pablo también yo me metamorfoseé cuando me caí del caballo de la progresía y me encontré con cuatro columnas diciendo verdades como puños.
Hombre, mi tesis tiene fallos, la verdad. La primera que las columnas estén pintadas de rojo. Les daría ya mismo una capa de pintura. Pero borraría los grafitis y me niego. Y la segunda son las faltas de ortografía. Para que no se me llame clasista, voy a callarme. Que las derechas aceptamos de buen grado cualquier grito anti Zapatero, venga de donde venga.
Me puse a interpretar y se me ocurrió otra cosa. Las cuatro columnas me llevaron a pensar en las cuatro columnas de la guerra (cosa de las izquierdas, que con tanta memoria nos llevan al guerracivilismo). Falta una, claro. La quinta columna. La que permaneció dentro de Madrid para facilitarle el trabajo al Dictador. Éste, en pago, no bombardeó el barrio de Salamanca. Me erijo en quintacolumnista por si el día de mañana hay otra fiesta, que al menos se respete el Guinardó.

dijous, 24 de juny del 2010

PARÍS BIEN VALE OCHO AÑOS (YO ESTUVE EN LA PLACE VENDôME)

Visité París, por primera y única vez de momento, el mes de julio de 2002. Visité los museos que manda, con excelentísimo criterio, el sentido común (Louvre, Rodin y d'Orsay, a los que dediqué una entrada en mi blog anterior, ahora hace justo un año); visité edificios emblemáticos, como la ópera Garnier, la Madelaine, la torre Eiffel, el Pompidou, el arco del triunfo; paseé por el Sena, por el canal Saint Martin, por la rue Rivoli, por los boulevares y por el Quartier Latin; tomé algo en los cafés de Saint Germain des Pres y las heladerías de la Ile de la Cité; subí a Montmartre y bajé a Montparnasse; me extasié en la place des Vosges, entré en muchas librerías, me dejé llevar por el mito, busqué a la Maga en todos los puentes pero sabiendo que de hallarla la encontraría en el Pont des Arts. Todo eso hice. Lo cual equivale a decir que me enamoré de París.
En esos días viajé con una antiquísima cámara de fotos digital y dos memorias Compact Flash. A medio viaje cambié la memoria y continué haciendo fotos, llenando con fruición la segunda. Cuando llegué a Barcelona puse las memorias en el ordenador y descubrí, con verdadero horror, que una de las memorias se había estropeado. Es decir, que había perdido la mitad de las fotos de mi viaje a París. Sentí aproximadamente lo mismo que sentiría si me arrancaran una muela sin anestesia.

Pero no me resistí. Visité casas de fotografía, fotógrafos más o menos reputados, consulté con el fabricante de la cámara y con algún medio hacker de esos que consiguen lo imposible. Y todas las respuestas fueron exactamente la misma: olvídate, tira la memoria e imagina que nunca hiciste esas fotos. Son irrecuperables.
Pero no hice caso. Por un lado, ¿cómo imaginar que nunca hice esas fotos? Equivalía a imaginar que nunca estuve en París. ¿Y cómo deshacerme de la memoria estropeada? Tirarla a la basura, por inútil que fuera, implicaba sentir que me arrancaban la otra muela. La memoria fallida, la memoria alzheimica, se convirtió casi en un icono de la ceguera, un recordatorio de que yo estuve allí pero no podía asegurarlo.

Fueron pasando los años y se comenzó a hablar de algo nuevo (tanto y tan deprisa cambia la tecnología): los programas de recuperación de fotografías. Ahí estaba la memoria, en una caja, como en una tumba por inútil. Era tanto mi descreimiento que no pensé que las fotos pudieran ser recuperadas jamás.
Pero hace cosa de un par de semanas me decidí. Desenterré la memoria ingrata, la memoria que me falló, mi estropeada memoria parisina. Me bajé un programa de recuperación de fotos que estaba puesto en Softonic. Y probé suerte. Nada. Cero imágenes recuperadas. Bajé otro programa sin ninguna esperanza. Y tras instalarlo observé que el número de imágenes que se recuperaban iba creciendo de forma extraordinaria. Si tardó tres minutos en leer toda la memoria fueron tres minutos que ni respiré ni parpadeé. ¿Era posible lo que parecía que estaba ocurriendo? Solamente iba a creerlo cuando el proceso hubiera terminado y pudiese contemplar, ocho años después, las fotos de París.

Las vi. Las tengo. Las recuperé. Con peor calidad, supongo, pero algo es algo (son las que ilustran esta entrada, entre muchísimas otras). ¿Alguien puede imaginarse lo que se siente al ver unas fotos, hechas con la máxima ilusión, ocho años más tarde? ¿Alguien puede figurarse la ilusión de borrar de un plumazo ocho años y sentir que de repente ayer estuviste en París y hoy estás viendo las fotos de la forma más natural? Desde ese día me he acordado mucho de Walt Disney, por ejemplo, y la historia de la criogenización me parece seguramente un poco menos absurda.
Pero lo más curioso es la memoria y sus circunstancias. No la memoria Compact Flash, sino la memoria humana. Cierto día, viendo un documental por la tele, apareció la place Vendôme. Pensé entonces, o quizá pensé más tarde, que qué raro haber estado en París y no haberme acercado a la place Vendôme. Supe que cuando regresase no me la iba a perder. Pues bien, cuando el otro día, tras ocho años, vi las fotos de París descubrí una fotografía mía en plena place Vendôme. ¿De qué forma llegué a olvidar esa plaza? ¿Por qué extraño mecanismo creí que yo jamás estuve ahí? Esta plaza me recordará a partir de ahora que no sólo fallan las memorias Compact Flash sino también las que llevamos incorporadas. Pero que, no se sabe por qué extraños mecanismos de la vida o del destino, ambas pueden ser recuperadas.

dissabte, 19 de juny del 2010

EL FARO DE MAIANS

En los actuales terrenos del puerto de Barcelona, donde empieza el barrio de la Barceloneta, durante la época medieval apareció una isla. Los sedimentos del río Besós la habían creado de forma natural. La llamaron "Isla de Maians". Las obras de creación del actual puerto hicieron que esa isla extraña desapareciese, pero no porque la tierra sucumbiese al agua sino justo por lo contrario. Los diques, que detenían los sedimentos, hicieron que la isla creciese y creciese, se uniese a la costa y fuese incluso más allá, más hacia el este, dando lugar a un barrio nuevo.
Jamás existió un faro en Maians. Las mismas dimensiones diminutas de la isla lo hubiesen impedido. Maians se mimetizó en barrio, en parte, en todo. No existió faro en Maians porque Maians mismo fue faro de aquello en lo que se había de convertir. Fue precognición, fue hipótesis, fue posibilidad. Fue creación y anulación a la vez.
Porque su enorme paradoja fue que mientras crecía, mientras se afirmaba, estaba desapareciendo. Sus límites, por lo crecidos, acabaron uniéndose a otros límites, trascendiendo la misma idea de límite. Si Maians, como todo lo que acabó transformándose, sigue existiendo, también existe el faro que fue quien le indicó el camino. Territorio de locuras y sensateces, de chiringuitos, de playas y barrios de chabolas, de pescadores y cuartos de casa, de arena y de brisa, en Maians perviven lo alto y lo bajo, lo sublime y lo grotesco, lo elevado y lo raso. El tratarse de una isla de la imaginación permite dotarla de cuanto se desee: de un faro confuso, por ejemplo, como la vida misma.
El faro apunta hacia la paradoja o la confusión. O quizá sencillamente señala otro camino posible. (Y por eso me propongo ir plantando cosas y amigos en la isla que ya tiene un faro. Lo primero, como hice también en mi anterior blog, una noria y un carrousel. Porque Maians es mi lugar de los sueños y porque quiero decorarla con todas las cosas que me gustan, con los gritos que siento, con los afectos, las palabras, las complicidades, los deseos, las ilusiones, los amigos).

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