Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dimarts, 27 de desembre del 2011

AFA

(Las fotografías de este post son, lo mismo que las del anterior, dispersas imágenes de la Navidad en Barcelona)

Ya dije en la entrada anterior que cuando era joven las navidades no me gustaban nada. De todas las fiestas, sin embargo, la que menos me gustaba era la noche de fin de año. Cuando salía me encontraba unos precios prohibitivos para mi bolsillo precario de entonces, una cantidad agobiante de gente en todas partes (que convertían ese bar preferido en una vulgar lata de sardinas), los borrachos inevitables cuando regresabas a casa, a pie, porque además o no había dinero o no había taxis libres. Y el resultado era que esa noche no solamente no habías disfrutado lo que las normas dictaban (porque esa noche debe ser la leche y quien se aburre es porque es tonto) sino que además te habías divertido muchísimo menos que cualquier otro viernes. La gente iba pasada, casi no podías moverte, los amigos estaban desperdigados en cotillones diversos y además esa costumbre inevitable (la de la bolsita que te daban a la entrada, con los espantasuegras, el gorrito, el confetti y la serpentina) se resistía a morir. Horrible, sin paliativos. Una pesadilla.

Siempre me ha horrorizado lo de divertirse por decreto ley. Este aspecto parecía que la gente no se lo planteaba: nadie protestaba y todo el mundo parecía divertirse muchísimo (y si no se divertían se emborrachaban).

Cuando conocí a mi gran amiga Susana encontré un ser muy parecido a mí en muchos aspectos. Me lo pareció nada más conocerla, y no estaría yo muy equivocado si tenemos en cuenta que hoy, más de veinte años después, sigue formando parte de mi círculo de gente más querida. Sí, nos parecíamos en muchos aspectos: baste poner como ejemplo que ella también odiaba los fines de año. De hecho, los odiaba tanto como yo.

Lo del AFA fue idea suya, no quiero quitarle el mérito. Ese fin de año decidimos juntarnos con unos amigos pero no íbamos a celebrar un fin de año al uso. ¿Qué celebrábamos entonces? ¿Qué se puede celebrar la noche de fin de año que no sea el fin de año? Pues un Anti Fin de Año, dijo Susana, un AFA. Nos reunimos con más gente y tratamos de ser sencillamente poco usuales. Bebimos y brindamos, eso sí, pero no porque fuera fin de año sino porque siempre nos gustó beber un poco.
La vida ha pasado, Susana y yo nos hemos hecho ¿adultos? sin dejar de ser amigos. La vida ha transcurrido para ella y para mí. Pero los AFAS vinieron para quedarse, al menos en mi caso ( y creo que en el suyo también). Cada vez que vivo un AFA vistoso le escribo luego y se lo cuento. ¿Qué tal el fin de año?, nos preguntamos días después. AFA total.

Mi AFA más radical fue un año en que tenía una ligera faringitis con unas décimas de fiebre que no me hubieran impedido ir a la cena que tenía programada. Disculpé mi asistencia y me metí en la cama rodeado de libros mientras iba pensando que se estaba de maravilla y que aquel AFA era plácido pero no menos bueno. O el año pasado, qué gracioso estuvo el AFA en París... Las luces de la Tour Eiffel se encendieron de golpe, todo el mundo dijo Bone Année, descorcharon alguna tímida botella, se fundieron en algún abrazo rápido, luego un beso, para finalmente darse la vuelta y meterse en la boca del metro. Un AFA inesperado. Mi pareja y yo volvimos al hotel paseando mientras París no paraba de sonreírnos. Yo iba pensando, ya verás cuando le cuente a Susana que estos franceses han adoptado el Anti Fin de Año con tanta fe.

 De corazón y para todos: feliz AFA y feliz 2012.

dimarts, 20 de desembre del 2011

IMÁGENES DE LA NAVIDAD EN BARCELONA

A mí no me gustaba nada la navidad cuando era adolescente. Representaba entonces lo que sigue representando: el consumismo, la hipocresía y la ñoñez. Pero un año, cuando ya había dejado atrás la adolescencia, cuando ya trabajaba, me encontré un cinco de enero parado por la calle viendo como pasaba la cabalgata de los Reyes Magos. Entonces me acordé de mi mismo sobre los hombros de mi padre, viendo pasar los Reyes. Y recordé esa ilusión infantil. Pensé también en mi familia, en la navidad que acabábamos de pasar. Y supe que al día siguiente por la tarde comenzarían a retirar las luces y todos los escaparates se vestirían de rebajas, y yo tendría que madrugar nuevamente porque el trabajo estaba esperando y la buena vida había acabado ya. Y en esos momentos, cómo no, maldije el tiempo que se iba y maldije no haberlo aprovechado. Porque, lo supe entonces, la navidad representa también la familia, significa los amigos, significa pararse a disfrutar de una tarde viendo una peli. Significa el invierno, que me gusta mucho. Y significa la infancia.

(En la foto de arriba podéis ver los galets gigantes de decoración que han colocado en Rambla de Catalunya. Son los mismos que el ayuntamiento esparció hace unos años por la ciudad. Así de original era el Ayuntamiento socialista de Barcelona, ejem. Los galets es la pasta típica para la sopa del día de Navidad. Como se sabe los catalanes celebramos el día de Navidad y no la Nochebuena, aunque a la hora de la verdad y puestos a celebrar, uno acaba celebrándolo ya todo.)


(Las dos fotografías inmediatamente superiores corresponden a la pista de hielo que han puesto este año en la plaza Catalunya. Sí, la misma plaza que un día se vio invadida por los indignados recoge ahora una atracción con clara finalidad consumista. Sonriamos de todos modos...)
(Una de las citas ineludibles del periodo prenavideño en Barcelona es la Fira de Santa Llúcia, delante de la Catedral, que se celebra desde épocas muy antiguas, dedicada básicamente a la venta de belenes y objetos de decoración navideña. La fotografía de arriba es de la entrada a la fira este año.)
(Y otro emblema es la decoración de El Corte Inglés, claro está. En esta foto se puede ver la gran cantidad de fotógrafos aficionados que plantaron sus trípodes delante de los grandes almacenes para fotografiar la decoración de la plaza. Yo les fotografié a ellos)

Es por eso que ese día, viendo pasar los Reyes supe que aquel a partir de entonces nunca más iba a decir que no me gustaba la navidad, no fuera a arrepentirme más tarde, cuando el tiempo haya hecho más estragos. Al contrario, iba a vivir intensamente las próximas, disfrutando en cada momento de la gente querida.

Desde ese año cuando comienzan a poner las luces en Barcelona espanto los pensamientos inevitables y me quedo con los planes pequeños de lo que voy a hacer con los míos: esa cena entrañable, el brindis, las luces de la decoración, los padres, alguna salida, la gente que quiero... Porque ese año supe que si la navidad es una época en que los sentimientos están más a flor de piel, aunque sean previsibles, vale la pena aprovecharlos para ser un poco más feliz. Y vivirlo intensamente. Porque la vida, al final, son los buenos momentos que hemos pasado y no las cosas que hemos adquirido.

Que tengáis unas felices fiestas y que sepamos verle siempre lo positivo a todo. Para ello os paso este enlace (gracias Mateo Santamarta) en el que se recogen los cinco arrepentimientos más comunes en las personas que están en el tramo final de sus vidas. Para que no lo perdamos de vista. Y para que sepamos aprovechar todos los instantes, incluidos los buenos momentos que nos trae la Navidad.


(Y finalmente mis mejores deseos: Bones Festes)

dimecres, 14 de desembre del 2011

LAS ENFERMERAS RUSAS

Durante estos días he estado mirando con atención a Rusia, por el pucherazo de ese ser despreciable llamado Putin, y de su cachorro (o su cacharro, que no viene de una vocal a estas alturas). Y he pensando que los pobres rusos han tenido muy mala suerte casi siempre con sus gobernantes. Mi memoria me ha traído, por ejemplo, a esa momia llamada Boris que le daba al vodka en demasía y luego pellizcaba el trasero de las secretarias o se paseaba beodo haciendo el número o bailando los pajaritos (que en su caso era aproximadamente lo mismo). El siguiente vídeo les dará una idea, por si se habían olvidado, que no lo creo.

He estado mirando con atención, y con indignación, el pucherazo ruso, que ha hecho que muchos ciudadanos salieran a protestar a las calles. Siempre que el pueblo sale a la calle nos produce admiración. Entonces pensamos que queda una esperanza para el mundo, y que la maldad y la mentira no pueden triunfar siempre. Pienso que se ha hablado poco, o será que estamos tan preocupados con lo nuestro que ni fuerzas tenemos para ocuparnos de otros asuntos. Pero Putin, y su cachorro Medvédev, representan esa Rusia despreciable, en la que los nuevos ricos se pasean dando asco y la mayoría del pueblo se muere de hambre. Pero mientras que nadie se ocupa de los que se mueren de hambre, a los que dan asco se les recibe con las mejores sonrisas, porque si bien es innegable que dan grima el dinero nunca lo da.
Mirando en estos días a la corrupta Rusia me he acordado de la Rusia soviética, esa que cayó por sus propios errores. Esa que celebraba los días de fiesta con tanques, soldados, misiles y muchas momias mirando el desfile desde el Kremlin. Me he acordado de esas momias, pero me he acordado poco, porque casi nunca salían y cuando lo hacían se les veía de lejos. Nombres como Brézhnev, Andrópov y Chernenko son suficientemente representativos de por qué la gente no se daba tortas por entrar en el régimen comunista. Daban mal rollo, esa es la verdad. Seguramente desde Occidente se acentuaban los males, no diré que no, pero se bastaban por sí solos para dar yuyu.

Y puesto a recordar me he acordado también de la enfermera rusa que da título a esta entrada. ¿Que quién es esta enfermera? Algo así como la encarnación de lo que viene siendo Rusia desde hace muchos años, para desgracia de los rusos. Y, digámoslo claro, una encarnación de lo que este mundo neoliberal que nos toca sufrir quisiera poner de moda. De aquello en lo que nos estamos convirtiendo. La enfermera rusa, es decir, la dama del sueño, la señora de los silencios, la mujer narcótica, la fémina de los ansiolíticos, Madame Morfina, Lady Opio, la dueña de la mudez.

En agosto del año 2000 el submarino nuclear ruso Kursk, tras un experimento, se perdió con todos sus tripulantes a bordo, muchos de ellos vivos. Mientras el submarino permanecía depositado sobre el fondo marino, sin posibilidad de movimiento, en la superficie medio mundo sufría por los marineros y se intentaban diversas operaciones de rescate. Meses después se logró recuperar y se descubrió que los tripulantes que habían sobrevivido habían contado aspectos de su larga e inútil espera escribiendo a oscuras desde la parte trasera del submarino, probablemente oteando desde las ventanillas alguna luz que acudiera a rescatarlos.

El triste episodio hizo que se cuestionaran muchos aspectos relativos a la seguridad de los soldados. Cuando se celebró el funeral oficial la madre de uno de los muchachos muertos en el accidente se levantó y, gritando, trató de pedir explicaciones a quien se las pudiera dar. Pero ahí estaba ella, la enfermera rusa. Diligente, veloz como una rata, sacó de alguna parte una jeringa que inyectó sin miramientos en el hombro de la dolorida madre que cayó en un instantáneo sopor (y evidentemente se calló).

Viendo y leyendo la polémica sobre las recientes elecciones con trampa en Rusia me he acordado de ella. Y he pensado que seguramente tenemos enfermeras rusas infiltradas en todas las ciudades, en los pueblos, en todas las calles, preparadas para inyectarnos raudas una buena dosis de tranquilizante y hacernos callar al instante. No es broma: estemos atentos. Haberlas, haylas.

divendres, 9 de desembre del 2011

CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DE

El domingo vi por la tele un documental sobre el que quiero llamar la atención (TV3, 30 minuts, El menjar que llencem). Se está hablando mucho en estos últimos años del tema de la sostenibilidad, de la gestión de residuos y, ya desde otro punto de vista, de la llamada obsolescencia programada que explicaría por qué nuestros electrodomésticos se estropean fatalmente al día siguiente de haber terminado la garantía, y que está muy bien retratado en el aconsejable documental Comprar, tirar, comprar. Sobre estos temas he leído cosas muy interesantes en prensa, en blogs, y he visto también documentales. De lo que habló el programa del domingo, sin embargo, no sabía tanto.

El reportaje hablaba de la enorme cantidad de comida en buen estado que tiramos diariamente. Los datos son aterradores y dan que pensar: un 20% de los alimentos del primer mundo van a parar a la basura cada día. De semejante despilfarro todos somos, en mayor o menor medida, responsables.

En el reportaje se centraban en lo que ocurre semanalmente en nuestras casas. ¿Cuánta comida caduca en nuestras neveras? ¿De cuántos alimentos nos deshacemos porque consideramos que no están suficientemente frescos? Una bandeja de carne, las sobras del pescado, un huevo, una bolsa de pasta no significan grandes cantidades. La cuestión está en sumar nuestra familia con la familia de al lado, y con la otra, y con todo el país.

Aparecía también lo que ocurre en los comedores escolares: chicos que llenaban sus platos en un self-service, dejando luego el plato medio lleno. Cogían, por ejemplo, cinco rebanadas de pan cuando resulta lógico suponer que como mucho se iban a comer dos. El reportaje pesaba los quilos de comida en buen estado que se tiraban a la basura cada tarde y los números resultaban vergonzantes. Y estos mismos escolares mostraban una absoluta falta de culpabilidad por lo que estaban haciendo. Si se les preguntaban si no se sentían mal por despilfarrar tanta comida su respuesta era que no, puesto que ellos habían pagado y por tanto podían hacer lo que quisieran con lo que era suyo.
En las grandes superficies la cosa era aún peor. El documental mostraba lo que hacen diariamente los supermercados antes de abrir: retiran todo producto que, o bien está a punto de caducar (aunque no lo haya hecho), o bien no presente una apariencia lo suficientemente fresca. En otras ocasiones tiraban también directamente los excedentes. Podrían haberlos llevado a otro supermercado de la misma cadena, pero pagar el camión del transporte significa pagar más dinero. Así que resulta más económico tirar cajas y cajas en lugar de recolocarlas en otras tiendas. Los datos eran los mismos: un 20% del total iba a parar a la basura. Viendo cubos y cubos de carne en buen estado dirigiéndose al camión de la basura uno pensaba en que de cada cien animales sacrificados para nuestra alimentación, 20 están siendo sacrificados para absolutamente nada.

Podría pensarse que los supermercados dan los productos de los que se deshacen a entidades de ayuda. No solamente no es así, sino que muchos restaurantes, según denunciaba el documental, rocían sus alimentos con lejía para evitar que la gente se agolpe a sus puertas para rebuscar en sus basuras. Por lo visto, da muy mala imagen.

Pero el resportaje iba un poco más allá: no solamente culpaba al consumidor, que sin duda tiene una parte de responsabilidad por su búsqueda obsesiva de la frescura aparente, sino también a las estrategias comerciales que llevan a ese despilfarro. Paquetes familiares que indudablemente acaban estropeados antes de ser consumidos, por ejemplo, o esas confusas firmas que llevan casi todos los productos en las cuales podemos leer aquello de CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DE..., leyenda que casi todos toman como sinónimo de caducidad cuando no lo es. Un producto puede perfectamente consumirse después de lo que indica la fecha en el envase. Y seguramente lo sería si un escrito tan tramposo no invitara a tirarlo a la basura para comprar otro.
Ver el reportaje significa enfrentarse directamente al absurdo de nuestro mundo. Unos, aun en crisis, tiran el 20 por ciento. Y otra parte del mundo, mientras tanto, sigue muriéndose de hambre. Todo ello sin atisbo de sentimiento de culpabilidad por parte de casi nadie.

Yo tengo días optimistas y días pesimistas. En los primeros pienso que los pequeños gestos son importantes y pueden modificar poco a poco el mundo. En los segundos pienso que no vale la pena sufrir ni medio minuto. Si me pongo cruel pienso que quienes entren en este blog dejarán un comentario escandalizado y el lunes tirarán el medio pollo que les sobró del domingo mientras juegan con su último iphone o estrenan aquellos zapatos tan caros.

Si me pongo más cruel todavía pensaré que yo mismo tiraré el lunes el medio pollo que me sobró del domingo mientras pienso que voy a comprarme un iphone porque la blackberry hace las fotos que son una pena.

O quizás no, quizás sea cierto que un mundo sostenible va a ser posible en el futuro: sostenible desde todos los puntos de vista. Y justo. Un mundo justo, también desde todos los puntos de vista.

Pero como no quiero acabar con este mal sabor voy a levantar mi copa metafórica (que apuraré, no pienso tirar ni una gota) y brindar por la justicia posible con el grito que más nos une a todos los republicanos del ancho mundo ibérico: ¡Viva Urdangarín!

Feliz puente.

dissabte, 3 de desembre del 2011

LA SOPA FRÍA

Llevo algunas semanas retrasando la opinión sobre las elecciones. Dije que prefería dejar que se enfriara la sopa. De lo que redacté aquella noche de domingo, tras la marea azul, poco queda. No porque mis ideas se hayan modificado sino porque el tiempo hace verlo y escribirlo todo más tranquilo.

El mío no es un blog específicamente político pero, en tanto que medio de expresión, me ha gustado en ocasiones convertirlo en vocero político. Pero siempre siendo sintético porque tampoco merece la pena más. Además ya doy la opinión, y me la formo, en blogs políticos de primera división de gente querida y admirada. Veamos pues los puntos de la sopa.
Punto primero: no me gusta obviamente el avance del PP. Ya dejé escrito en una entrada de mi primer blog por qué no me gusta este partido. El tema es que, más allá de que sea un partido de derechas, que ya de por sí siento que no va conmigo, la derecha caciquil, rancia, pacata y que supura moralina (y la aplica, por desgracia) me horroriza hasta límites insospechados. Para mí el PP es (o incluye) esa derecha. Si fuera una derecha más civilizada, más europea, seguiría sin gustarme, que sabemos cómo las gasta la derecha europea. Pero no me daría el mismo asco.

Punto segundo: ¿a alguien le extraña el batacazo del PSOE? A mí no. Es más, pienso sinceramente que es un batacazo merecidísimo. Lo ha hecho muy mal estos últimos años, su gestión de la crisis es absolutamente deficiente, y sus pactos con el PP han dejado a muchos en casa. ¿Significa eso que piense que el PSOE lo ha hecho siempre tan mal? No, confieso públicamente que aplaudí el PSOE de la primera legislatura de ZP. Pero éste ya era otro PSOE.

Punto tercero: Ha supuesto una gran alegria la subida de IU. Pero, ¿qué pienso sinceramente del partido de Cayo Lara y su equivalente catalán Iniciativa? Que su rumbo errático no les permitirá nunca gobernar ni por asomo. No me gusta el mundo que tenemos, también yo opto por cambiarlo, pienso además que es necesario hacerlo (más allà de cuatro cambios cosméticos). Pero mientras sigamos jugando en esta liga las respuestas deben ser las de esta liga. En caso contrario no resultan creíbles a una mayoría de persones. Que ante la debacle de la izquierda socialista, IU no crezca muchísimo más a mí no me puede contentar y sí en cambio que me exige ser muy crítico. No puede ser que IU se contente con ese voto flotante que aterriza en sus filas cuando el PSOE se hunde, y se le escapa con el cuento del voto útil cuando el PSOE se viste de auténtico.

Punto cuarto: de Rosita la pastelera no diré nada. No me gusta esa mujer, me gusta menos que nadie. Del mantenimiento de ERC en Catalunya tampoco diré nada aunque me alegro. De quien sí diré es de los vascos. Bueno, no diré. Me levanto y les aplaudo. Ya está.

Punto quinto y último: el caso catalán. Me siento orgulloso, así de claro. Algunos dirán: ¿orgulloso de qué? ¿De los recortes que Mas anunció a las veinticuatro horas? En la actual circunstancia me temo que los hubiera hecho cualquiera. El debate sobre qué cortar y qué no sigue en punto muerto (y ese sería el gran debate). Y yo nunca he sido de CIU ni creo que lo sea nunca. Entonces, os preguntaréis, ¿orgulloso por qué? Sencillamente, porque una vez más nadie duda de eso que se llamó el hecho diferencial. Ver un mapa azuloscurocasinegro, dominado por la gaviota, con la salvedad del País Vasco y Catalunya, a mí particularmente me hace ilusión, no voy a ocultarlo. Me gusta vivir en una tierra en que el pacatismo pepero no arraiga. Me dirán que el azul de CIU es también azul, y el pacatismo de Durán Lleida de antología, me dirán que son primos hermanos, me dirán lo que quieran decir, pero nadie va a evitar que yo me alegre profunda y anchamente de que en mi tierra no haya ganado el PP. Y quien no lo quiera entender, que no lo entienda. Ya que somos España, me gusta ser una España menos española.

Tengo un compañero de trabajo que me decía el otro día que ese mapa en que resaltan con otro color estas dos naciones, la vasca y la catalana, que algunos todavía se resisten a reconocer como naciones, es más bien una diana. ¿Una diana?, le pregunté. Sí, sonrió él. Saben a dónde disparar, lo tienen fácil, no tienen más que mirar lo que no es azul.

Pero ese sería otro tema: un tema viejo, antiguo, rancio, molesto, pesado, pero que vuelve siempre. El tema del encaje de Catalunya en España. En Madrid, el centralismo político ha tenido siempre muy claro hacia donde disparar. Yo ya tomé mi decisión hace un tiempo y no voy a seguir dándole vueltas. Mi banda sonora del día de las elecciones se resume en una canción mítica: El jorn dels miserables de Lluís Llach, una canción que a mí me recordará siempre al día en que en España (al menos en España) ganó el PP. La idea, justo es decirlo, no es mía: fue de Ramon Carreté del blog Amb vetusta gonella. También se sumó a este proyecto silencioso mi amigo Josep del blog Vivències. Yo hoy, como colofón a lo que fue y a lo que espero (temo) de esta España del PP, adjunto otra canción de Llach, "Companys, no és això" muy bien montada por cierto. Como suele suceder con los poetas, con menos palabras dicen más y mejor.

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