Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

diumenge, 28 d’agost del 2011

E-BOOK Y MINILEAKS

Vuelvo al blog compartiendo, por ejemplo, que me he comprado un e-book. Reconozco que soy generalmente reacio a los cambios, pero también que si estos funcionan me convenzo rápido. No me gustaban los ordenadores, pues mataban teóricamente el romanticismo de la escritura (a los veinte años se lucen paranoias de este estilo) y ahora no me despego. Por poner un ejemplo.

Con el e-book pasó lo mismo. Lo he despreciado durante tiempo, primero de forma categórica, más tarde con la fórmula más suave de esperaré a que se perfeccionen y unifiquen formatos. Pero este verano se acabó la espera.

Leer en la pantalla luminosa del ordenador es agotador y me temo que no óptimo para la vista. La pantalla sin luz directa del e-book prometía mayor confort. Por otro lado pude descargarme miles de libros (literalmente), desde clásicos consolidados a obras de más reciente aparición, desde novelas a ensayos y libros de poemas. Tras aprender su manejo y pasar una tarde seleccionando en mi colección de libros electrónicos comencé a leer. Y me di cuenta de varias cosas.

En primer lugar, que no se extraña el formato papel. Juro que no. Cuando se acababa la página mis dedos hacían como que querían agarrar la hoja para pasarla, como había hecho siempre. En segundo lugar, resulta muy cómodo poder aumentar el tamaño de la letra: si el formato es el adecuado (pdf o epub) la página no se descompone. Y en tercer lugar, con el e-book se lee diferente, en el sentido de que seguramente he leído cosas que jamás hubiera comprado. Se descubren textos extraños que uno no compraría por cuestiones de limitaciones de espacio y por precio. La experiencia ha sido como entrar en una Biblioteca pública donde hay muchas cosas que, aunque nunca las comprarías, te pica la curiosidad. Y al final te alegras de que te haya picado.
Pero todo tiene su parte negativa. Como creo que soy un ciudadano concienciado con la importancia de preservar las artes, y contribuir a ellas con mis medios, he querido comprar alguna novedad editorial en formato e-book. Los escritores siguen necesitando comer, y tengo claro que no deseo que desaparezca la literatura: quiero seguir comprando, por tanto. Y ahí ha venido la desagradable sorpresa. ¿Cómo puede un tomo que en librería cuesta 28 euros costar lo mismo en formato digital, sin gastos de papel, ni distribución, ni gastos de la librería que lo vende? Para mí un precio razonable serían unos cinco euros. Con un precio ajustado muchas personas se animarían a comprar novedades en formato digital y nadie perdería: ni el escritor, que continuaría recibiendo sus dos euros por volumen vendido, ni la editorial.

Vale la pena meditar sobre esto: no siempre el problema de la piratería está en la gente que piratea, sino en lo mal que se lo han sabido montar, por avaricia, algunos. Y al final, como siempre, los perjudicados son los de siempre: los escritores en este caso.

Nada, que os recomiendo el e-book.

En otro orden de cosas me gustaría comentar dos páginas. La primera se llama Minileaks, una iniciativa que tomando el modelo del famoso Wikileaks propone recoger denuncias de circunstancias cotidianas realizadas por los afectados. Una interesante propuesta que nos hace sentir menos vulnerables. (Clicando aquí encontraréis una entrevista con su creador). La segunda es una crónica que La Vanguardia le hizo a un eminente químico, en la que soltó algo tan tremendo como: "Muchas de las grandes farmacéuticas han cerrado sus investigaciones sobre antibióticos porque curan a la gente y lo que estas empresas quieren es un fármaco que haya que tomar toda la vida. Puedo sonar cínico, pero las farmacéuticas no quieren que la gente se cure." Un motivo más para meditar.

Feliz semana.

diumenge, 21 d’agost del 2011

FEDERICO

El filólogo, como cualquier técnico, puede llegar a ser muy tonto. Pero mucho. Precisamente por creerse muy listo en lo suyo. Lo mismo puede ocurrirle a cualquier especialista de cualquier otra disciplina.

Hace años se estableció una discusión filológica sobre un verso lorquiano. En uno de sus primeros libros, del cual había desaparecido el manuscrito, se podía leer el siguiente verso:

"Mi corazón es un poco de agua clara"

¿Poco?, se preguntaron los filólogos creyéndose muy listos. Será pozo, se dijeron. Infinitamente más poético, más arrebatado, más apasionado, más grande, menos ridículo, más gramatical incluso. Y así dejaron el verso convertido en:

"Mi corazón es un pozo de agua clara"

y se quedaron tan anchos. Pero, ¿alguien puede imaginarse a Federico diciendo que su corazón era un pozo de agua clara? ¿No resulta este verso infinitamente más trillado, más previsible?

Años más tarde se descubrió el manuscrito original que contenía ese verso. Y no había error. Federico, efectivamente, había dicho, con una sensibilidad que jamás tuvieron los filólogos que le glosaron, que su corazón no era más que un poco de agua clara.

En esa sencillez radica su poesía, su espíritu poético.

Aunque sin fotos (mi conexión actual tiene la culpa) he deseado sumarme a este homenaje a partir de la lectura de dos blogs amigos (y de amigos): Isabel (del Cobijo) y Antonio. Supongo que los grandes poetas sacan lo mejor de nosotros mismos y somos capaces de emocionarnos hablando de ellos.

Una última anécdota, esta vez no filológica sino biográfica, del propio Federico, referida por él en una de sus hermosas conferencias. Siendo niño solitario se refugió en una de esas choperas que hay cerca de la Fuente, en la Vega, que yo también he visto. Y allí sintió que alguien le llamaba. Era una voz oscura, confusa, extraña. El niño observó atentamente, buscando de dónde provenía ese Fe-de-ri-coooo, casi como un susurro, que le estaba avisando de algo. Y entonces descubrió que era el viento que, meciendo las ramas de los chopos, producía un lamento que a él se le figuró su nombre.

Así nos llama la poesía, la naturaleza (supongo que vienen a ser lo mismo), cuando estamos dispuestos a escucharlas. Y por eso debemos estar agradecidos a los poetas que educaron nuestros oídos. No sé si nos hicieron más sabios; nos hicieron más atentos, lo que probablemente sea todavía mejor.

dimarts, 9 d’agost del 2011

AMY

ESTA ENTRADA, A PARTIR DE LA NOTICIA DE LA MUERTE DE AMY WINEHOUSE, ES EL INICIO DEL TEXTO QUE HE PUESTO EN GRITO DE LOBOS ESTA SEMANA. SI QUERÉIS LEERLO PODÉIS IR A LA PÁGINA ORIGINAL. FELIZ VERANO A TODOS.

La vida me parece un plató de televisión.

Hace poco vi una fotografía de una cueva muy profunda. Pertenecía, creo, que a National Geographic pero no puedo confirmarlo. Sí sé que era la foto de una cueva auténtica, nunca hasta ese momento fotografiada. Se veía una enorme sala interrumpida por columnas de roca, decorada con estalactitas y con un enorme lago al fondo, perdiéndose en el infinito oscuro. A mí se me antojó falsa. Se me antojó un decorado, un plató televisivo. Las rocas me parecieron de cartón piedra, las estalactitas prefabricadas con algún tipo de gel sintético, las pequeñas piedrecitas negruzcas del suelo, porexpán oscurecido, y así todo ello un mejunje de resinas, polietilenos y policloruros. Si me fijaba bien en la foto, auténtica aunque yo no lo sabía, hasta era capaz de verle las costuras al decorado. Acabó por parecerme un recuerdo de la subasta del Un, dos, tres.

Cuando supe que no, que aquello era verdadero, pensé que mientras algunas cosas educan nuestro gusto y nuestra sensibilidad, otras (pienso en la tele, en los medios) consiguen justo lo contrario. Convertirnos en unos descreídos y hacer que lo que es único se convierta en icono del mundo pop. No nos extrañe: desde que una lata de sopa se convirtió en arte, ya todo es posible en este mundo loco.

Recuerdo, al hilo de lo que digo, la polémica que aún colea respecto a si el hombre llegó o no llegó realmente a la luna. Me llegan ocasionales mails tratando de demostrar que fue una burda mentira, un decorado también. Banderas que ondean sin viento, extrañas marcas en el suelo de cartón, cámaras de tele reflejadas en el casco de los astronautas. Todos sabemos a qué me refiero. Pero lo peor de todo, seguramente lo más triste, es que si el hombre llegó a la luna, la luna verdadera nos parece casi una mala escenografía. Y si el hombre finalmente no llegó, la luna verdadera será, con certeza, un calco de la luna falsa que nos presentaron.

Es por eso que, en este mundo de la imagen, se nos hace cada vez más necesario convertirnos en caminantes, en paseantes, en flaneurs , no porque lo que vayamos a conocer pueda suponer una sorpresa, sino porque solamente viéndolo con nuestros propios ojos, sin cámaras y sin mediaciones, podemos descubrir en el mundo un atisbo de emoción que de otra forma ya no existe. La autenticidad, más que nunca, pasa por la mirada directa, intransferible, personal. La otra, la mediatizada, está definitivamente prostituida.
Esto no afecta solamente a las imágenes. También afecta a lo que creemos y lo que no. A la verdad de lo que nos cuentan. (Sí, ya sé, muchos insisten en que la verdad no existe, en todos esos discursos de la verdad relativa. De esta manera pueden continuar falseando verdades, manipulándolas, convirtiéndolas en material fungible.)

La muerte de Amy Winhouse me pilló de sorpresa, y ahora contaré la razón. No sentía ni simpatía ni antipatía por la muchacha. Su música no me dice nada, ni tampoco su voz. Respeto su trabajo y respeto a quienes dicen que era buena. Pero no quiero hablar de su arte. Quiero hablar de su imagen. Porque nunca me la creí. Siempre pensé que Amy era un producto. Un producto de marketing tan estudiado como los lipdubs que hacían Milli Vanilli (¿alguien recuerda a esos dos negritos que hacían play back y se hicieron tan famosos?). Algo tan falso como las proclamas a favor de la virginidad que hacía esa tonta insoportable que se llama Britney nosequé.

Siempre pensé que Amy era un producto. Que seguramente fumaba porros y se metía alguna raya, pero que exageraba ese malditismo. Había que parecerse a todos los muertos, a Kurt, a Janis, a Elvis. Había que mentir, exagerar, para convertirse en producto y poder vender. Pero tenía que haberme dado cuenta de que esta historia, por lo menos ésta, no era una invención.

Debería haberlo sospechado cuando comencé a ver a Amy acompañada de su padre en una buena cantidad de fotos. Una roquera no es una folclórica. Tanto padre debería haberme hecho sospechar. Porque Mitch, el padre, aparecía en muchas de esas fotos acompañando a su hija, llevándole la bolsa en alguno de los ingresos de la joven, agarrándola de la mano para sortear los insoportables fotógrafos, protegiéndola en suma. Sí, tanto padre en tanta foto debería haberme hecho saber que ahí había un padre ocupándose de su hija verdaderamente enferma.

La tele me ha vuelto un desconfiado. Pero a pesar de tanta impostura la vida sigue su curso, con sus triunfos y sus miserias.

(Para esta entrada estival de Grito, que más que grito es un susurro seguramente sin mucho sentido, he preferido no centrarme en indignados ni en asuntos políticos, sino descender al terreno de las pequeñas certezas familiares y afectivas que generalmente suelen tener mayor grandeza. Acabad de disfrutar el agosto.)

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