Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dimarts, 28 de febrer del 2012

OTRA FORMA DE ENTENDER EL CATOLICISMO

La primera vez que oí hablar de Teresa Forcades i Vila fue con motivo de la gripe A, creo que en el año 2009. Eran mis primeros tiempos con el blog y recuerdo que comentábamos en los foros y comentarios a las entradas que había algo extraño en esa gripe, y que resultaba sospechosa la forma en que se habían exagerado los peligros (eso pensábamos y eso acabó siendo) y la forma en que las farmacéuticas estaban ganando a manos llenas. Fue entonces cuando llegó Teresa, una monja benedictina de la que no sabíamos nada, pero que decía las cosas claras y a la que intuíamos llena de razones.

El hecho de que Teresa fuera monja desorientó a muchos. No parece el quehacer más habitual de las sores el llamar la atención sobre enriquecimientos sospechosos y sobre compras masivas de ciertas vacunas por parte de los estados. Pero supimos luego que Teresa era más que eso: era doctora en medicina y en teología.

A partir del famoso vídeo, que iba acumulando visitas y más visitas, que era traducido y consultado por otros países, Teresa Forcades acabó convertida en personaje popular en Catalunya. Era parodiada en los programas de la tele e invitada a los debates. Nos mostró cómo vivía en el monasterio en un interesante programa de la serie de El Convidat. Y así fuimos sabiendo más de ella.

Esta monja benedictina vive en el Monestir de Sant Benet, en la montaña de Montserrat, y es una especialista en medicina interna y en teología feminista. Nada de lo que fuimos sabiendo nos extrañó: era inevitable que alguien que se atrevía a enfrentarse a las todopoderosas farmacéuticas fuera una mujer comprometida con el feminismo, que deseara una renovación profunda de la Iglesia, que hiciera manifestaciones a favor de la ordenación sacerdotal de las mujeres, que tuviera una actitud en muchas ocasiones comprensible con el aborto, que pensara que la homosexualidad no es un pecado sino otra forma de vivir la afectividad. Teresa Forcades, además de valiente, era inteligente, comprometida y progresista. Es decir, una representante de esa otra Iglesia, de la no oficial.

Pero ella pertenece a la Iglesia y es por eso que sus discursos son siempre, en ese sentido, enormemente prudentes, aunque también meridianamente claros. Con motivo de la presentación de su libro La teología feminista en la historia recorrió muchos lugares de España y de hispanoamérica dando conferencias, planteando siempre la necesidad de un cambio profundo. Y esta semana ha sido entrevistada en el diario Ara, entrevista que podéis leer en castellano en esta entrada. Le pregunta el periodista, por ejemplo, "¿Lo que hace la industria farmacéutica, primero asustarnos y después vendernos la solución, no es también lo que hace la Iglesia?", y responde la hermana Forcades: "Sí, y cuando lo hace es un abuso de poder." Pero también habla de las medicinas alternativas, de la medicalización, de su visión de la religión, de su vivencia espiritual, de su simpatía por los indignados, de sus propios temores por una jerarquía a la que pone en jaque.

En uno de los vídeos de la página del periódico, que pongo debajo, hablaba por ejemplo del famoso TDAH,
trastorno de déficit de atención e hiperactividad de los niños, señalando por ejemplo que, y traduzco del catalán, "la hiperactividad infantil es una etiqueta que (...) es posterior a la síntesis del medicamento que va bien para esta etiqueta. Desde un punto de vista crítico esta circunstancia debe hacernos sospechar. No demuestra nada, pero (...) lo cierto es que primero hemos tenido el medicamento y cuando ha estado a punto para ser comercializado han existido una serie de iniciativas pagadas por las empresas que patrocinan este medicamento que generan las informaciones en las que nos basamos epidemiológicamente para decir que hay niños que tienen este problema. Y después, naturalmente, deben comprar esta pastilla" Es decir, nuevamente un engaño que genera múltiples beneficios económicos y que ella desea denunciar en su próximo trabajo sobre la desmedicalización. Si alguien entiende el catalán puede ver y escuchar el resto del fragmento en el siguiente vídeo.

Yo no soy nada partidario de las mitificaciones cotidianas (de las otras menos), pero sí de erigir en referente a personajes de nuestra propia cotidianidad o de los medios. Por eso hablo de Teresa hoy aquí. Sus palabras son a menudo un regalo. Como también lo es su breve libro Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas que se puede descargar gratuitamente en el presente enlace.

dijous, 23 de febrer del 2012

BIANCA

Yo fui un niño Tintín. No sabía entonces ni del fascismo que se escondía en sus páginas y que había influido a su autor, ni del racismo, aunque viajaba al Congo con ellos. Supongo que ciertas sutilezas no se han hecho para un niño de diez años. Ahora sí, ahora veo a Tintín dando clases a los negritos y se me cae el cómic al suelo, cuando ciertos comentarios sitúan a los negros un escalón intelectual por debajo de los blancos. Podemos aventurar que, puesto que me formé con estos comics escritos por un fascista y racista, y yo no me tengo por ninguna de las dos cosas, en realidad los niños son más impermeables de lo que los pedagogos suponen.

Cuando algunos menosprecian a los creadores por sus ideologías yo sé que son unos tontos. ¿Quién sabe en realidad qué pensaba Goya de la vida? Pero pensara lo que pensara, ¿voy a dejar de extasiarme con sus pinturas? Es evidente que no. La ideología, la política, pertenece al terreno del ahora, y siempre que no sea tan cercana a nosotros que llegue a ofendernos directamente, yo apuesto por obviarla cuando me acerco al arte, a cualquier forma de arte.

Tintín me gustaba porque su realidad era reconocible para mí (quizá por eso nunca me interesó Astérix, aunque no digo yo que no me hubiera gustado). Yo fui un niño poco imaginativo, aunque con muchísima imaginación (toma paradoja). Lo que ocurre es que mi imaginación nunca se adentró por los terrenos de la fantasía ni por parajes históricos. Preferí la seguridad de lo reconocible o por lo menos verosímil: agencias de noticias, redacciones de periódicos, historias de arqueólogos, viajes en avioneta, las campiñas francesas o belgas, el África real, el Tíbet, el Egipto que contaba Sábado Cine. Con Tintín y sus amigos viajé por el mundo entero, y hasta fui a la luna. ¿Verosímil, dije? Nunca supe de un concepto más laxo.

De todos los amigos de Tintín yo me quedo con... con todos, menos con Fernández y Hernández (Dupond y Dupont en francés, y también en catalán, que respetó los nombres originales), que me daban tirria. Esos gemelos absurdos se parecían demasiado a los hombres que no callan pero no dicen nada. En cambio el rabioso y sin embargo buenazo capitán Haddock, o el locuelo y sordo profesor Tornasol, o el perrito Milú, o Tintín mismo fueron amigos y lograron entrar a formar parte de esa familia de ficción que todos almacenamos. Ah, y Bianca Castafiore.
La Castafiore, que luego inspiró una cadena de comida italiana (Pastafiore), era una soprano italiana con el apodo de el ruiseñor milanés, que era amiga de Tintín y su troupe, que estaba secretamente enamorada de Haddock, y que de tan pagada de su voz como estaba a la mínima comenzaba a dar gorgoritos espantosos provocando el horror de todos. Porque la Castafiore era gritona e inoportuna, y nos parecía muy divertida. Sobre todo cuando llenaba de besos al capitán que no sabía cómo sacarse de encima a semejante momia.

Y cuando se ponía a cantar, que era a la mínima ocasión, siempre entonaba la que a mí me parecía una aria cómica inventada por Hergé: "Ah, me río de verme tan bella en este espejo...". Todos la temían cuando Bianca se veía tan bella en un espejo, e inventaban todas las tretas posibles para que dejara de mirarse, es decir, de cantar. Veamos aquí como el capitán mete al loro en la sala en la que está grabando su disco de arias.
Cierto día, mucho tiempo después de mis primeros tintines, me encontraba en el Liceo viendo una representación. Nunca había visto la ópera, no la conocía: se trataba del Fausto de Gounod. Era la historia, bien conocida por todos, de un hombre que pacta con el demonio para conseguir todo lo que él desea. Y de esta forma conseguía regalar un cofre de joyas y un espejito a su amada Marguerite que, al ver tanta joya, ella que era tan pobre, comenzaba a probársela mientras se observaba en el espejo. Y entonces, justo entonces, comenzaba una de las arias más conocidas de la ópera. La soprano, con sus abalorios en los dedos y en el cuello, se puso a entonar aquello de "Ah, me río de verme tan bella en el espejo...". Fue un momento en que la realidad y la ficción se fundieron, como suele sucederme bastante a menudo.

Yo supe ese día que Hergé, a pesar de todo lo que contaban de él, no me había engañado.


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Resulta inevitable, en el mundo en que vivimos, que todo objeto de éxito se acabe convirtiendo en objeto de culto, y generando acto seguido su propio merchandising, es decir, su propia maquinaria para sacarle más dinero al invento. El otro día descubrí la Tintin shop de Barcelona, situada en una de las plantas del centro comercial Las Arenas. A mí me siguen siendo suficientes sus historias (muy de tarde en tarde aún las releo) porque todo lo relacionado con las religiones modernas me produce tanto pavor como lo relacionado con las convencionales.

divendres, 17 de febrer del 2012

TEMES A VIRGINIA WOOLF

Hace unos días fui al teatro, a una obra que había visto en su versión cinematográfica protagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, ¿Quién teme a Virginia Woolf? de Edward Albee. Había visto la película cuando era casi un niño y naturalmente me impactó mucho. Se trataba de ver ahora si la historia me atrapaba después de tantos años. Como suele suceder cuando releemos una novela el tiempo aporta siempre algo nuevo que hace que nuestro recuerdo mejore, empeore o se mantenga igual. Son los años, que no pasan en balde, y que nos moldean tanto interna como externamente.

En el caso de la obra de Albee enriquecí la historia con cosas que ahora sé y que cuando vi la película no sabía. La obra me pareció emblemática del teatro estadounidense de la posguerra (Miller o Tennessee Williams), el argumento emparentado con películas que cantan la degradación provocada por el alcohol (en cierta medida me acordé de Días de vino y rosas), y el motivo de la obra lo relacioné con la investigación psicológica tan en boga en los años 60 y 70. Respecto a la función, impecables los actores (sobre todo la gran Emma Vilarasau, desconocidísima fuera de Catalunya, y también Pere Arquillué) , muy buena la puesta en escena y la dirección.

Se trata de una obra tan intensa, tan desgarrada, que no le queda al espectador ni un momento de sosiego. Incluso al final sientes que has aplaudido poco porque la intensidad de los sentimientos y el patetismo desbordado de unas almas que de tanto vivir al filo acaban por hacerse daño, hace que al bajarse el telón uno quede un poco desnortado, con la necesidad de digerir tanta emoción. Al final, cuando todo se ha descubierto, cuando las mentiras han aflorado, George le pregunta a Martha tras prestarle el jersey para que no tenga frío: ¿Quién teme a Virginia Woolf?, y ella responde con un hilo de voz, Yo, George, yo la temo. Las almas quedan en suspenso y uno no se explaya aplaudiendo.

Virginia Woolf, la gran escritora, simboliza en esa frase hecha que nos remite al lobo feroz, la capacidad crítica, la libertad consecuente, la adultez decidida, la coherencia insobornable. ¿Cómo no temerle a todo eso, con lo fácil que resulta refugiarse en la mentira infantil? Todos le tememos un poco a Virginia Woolf aunque no estemos dispuestos a confesarlo.

Una cosa me sorprendió, ésta no precisamente para bien. En una obra tan densa, en que los personajes se dedican tantos insultos, es cierto que en ocasiones la rapidez de sus respuestas te provoca una sonrisa. Pero, ¿a qué vienen tantas risas constantes en ese contexto de desnudez abisal y de existencialismo descarnado? Lo hablaba el otro día con una compañera y me dijo que también ella ha notado que ahora la gente se ríe mucho en el teatro, venga o no venga a cuento. Y según ella mucho tienen que ver estas comedias televisivas de risa enlatada. Y probablemente, añado yo, una menor cultura teatral que lleva a confundir la ironía inteligente con la sal gorda de la comedia menos sofisticada.
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Apunte o añadido: la obra la vi en el encantador teatro Romea del Raval. Un teatro de los de antes, al que cuando era muy jovencito tuvimos la osadía de abonarnos mi hermano y yo, a unas edades en que los otros chicos se compraban un monopatín o comenzaban los periplos por los bares del barrio. Allí descubrí grandes obras de clásicos universales, españoles y catalanes. Y cuando estuve en Murcia, hace unos años, me encontré también con un teatro Romea muy bonito, más monumental que el nuestro. La verdad es que Romea suena genial para un teatro, pensé entonces. Hoy, gracias al blog La panxa del bou de Júlia Costa, sé que ambos teatros comparten nombre porque ambos lo toman del mismo personaje: un eminente actor murciano llamado Julián Romea que debía triunfar también de lo lindo en Barcelona. Por un lado me gusta que mi ciudad acoja sensibilidades y sepa homenajear a los grandes, sean de donde sean. Y por el otro, gracias a la lectura del blog de Júlia, sé también que mientras por el Romea murciano se pasea el fantasma del gran actor homónimo, por el Romea barcelonés se pasea el fantasma de una colega también eminente: Margarita Xirgu. ¿Qué sería el arte si no supiéramos honrar convenientemente a los verdaderamente grandes? ¿Y qué sería si además no nos despertara preguntas íntimas, e incluso, un poco incómodas?

dissabte, 11 de febrer del 2012

TEST DE ESPAÑOLIDAD

Táchese la opción que no proceda:

a) Culpable b) Obviamente inocente

a) Inocente b) Obviamente culpable

a) Culpable b) Tan inocente como el primero

a) Culpable b) Culpable pero mucho menos

a) Culpable b) ¿Que mi marido ha hecho qué?

a) Rivales b) Vamos a hacer como que somos rivales

a) Ejem b) Sencillos y campechanos, pertenecientes a la casta de los intocables

a) Tortura de un animal b) Espectáculo y bien cultural merecedor de la categoría de Patrimonio de la Humanidad


a) Vigilantes de sus prebendas b) Garantes de la moral pública y voz de la conciencia universal española

a) Dictador b) Caudillo con ligera tendencia a un cierto autoritarismo que nos salvó en un momento delicado de nuestra historia y que nos obsequió con cuarenta años de paz y prosperidad
a) Anticatalanismo español b) Catalinos de mierda

a) Escolti... b) Muy anticonstitucional aunque el estatuto andaluz, que dice poco más o menos lo mismo, sea perfectamente constitucional

a) Destino Universal Unido, quieras que no b) Unidad de destino en lo universal
Valoración de los resultados:

- Trece b) Español sin mácula
- Doce b) más un Ejem: Español con poca mácula, o sea, Republicano de derechas (los hay, cada día más)
- Doce b) más un Escolti...: Español con mácula y además poco informado (aunque sea conocedor de lenguas vernáculas o dialectos periféricos, que viene a ser lo mismo)
- De 6 a 12 b) Español (muy) mejorable
- De 3 a 6 b) Español en peligro
- Menos de 3 b) Rojo, separatista, indeseable, vago y/o maleante. (Algunas de esas razas a exterminar, ni que sea por el camino del desánimo, del engaño, de la prevaricación, del recorte o de la mentira)
- Cero b) Rojo, separatista, indeseable, vago, maleante y enemigo de la Patria, todo a la vez. (A exterminar también, pero a lo bruto y sin anestesia previa)

dimarts, 7 de febrer del 2012

NIEVE

Como no estamos acostumbrados, la nieve nos molesta en nuestra cotidianidad: se estropean los transportes, resbalamos por las calles, carecemos del vestuario adecuado, todo se detiene. Pero la nieve nos gusta, seguramente como una postal navideña que de repente se hace real. Nos gusta: cuando estamos preparados, y cuando disponemos de tiempo para enfrentarnos a sus molestias.

Nos gustan los prados y las montañas nevadas, la arena de la playa emblanquecida, ver los copos cayendo y cómo cuajan en el suelo. Entonces salimos a la calle y miramos hacia arriba. Probablemente porque la nieve es inusual, al menos donde yo vivo.

Durante estas navidades pasadas cogimos el coche y subimos a la montaña a verla. Una cosa es verla en los montes, en las laderas, en los márgenes de las carreteras, y otra verla en las pistas de esquí. Recuerdo todavía la enorme sorpresa que supuso para mí ver una pista de esquí por primera vez hace ya unos años. Si uno no es esquiador no suele verlas más que en la tele. Me sorprendió muchísimo el bar a rebosar, con una terraza llena de gente tomando el sol, a esas temperaturas gélidas, y la forma en que las señoronas combinaban el horrible y vistoso vestuario de esquí con unas Ray-Ban último modelo y un bolso de Prada que fascinaría a la mismísima Rita Barberà.

Una pista de esquí es un decorado. Recuerdo que eso es lo que pensé cuando la vi por primera vez. Un decorado donde se aprovecha un fenómeno natural para saltar un poco y presumir otro poco. El esquí sigue siendo pijo, digan lo que digan quienes esquían, y eso se nota en la pista. Tras muchos años, esta navidad pasada hicimos una excursión a las pistas de Andorra, y allí volvimos a contemplar, sorprendidos y fascinados por la belleza del entorno, la inesperada feria de las vanidades navideñas (o navidades vanidosas).

Vale la pena sacar el hocico en esas pistas. Porque todo es bonito, y frío, y extremadamente encantador. Aunque no sepas esquiar y camines como pisando huevos. Les miras a ellos con la misma cáustica ironía con la que sin duda ellos te miran a ti.
(Y a propósito de la nieve y de la ola de frío: a mí lo que verdaderamente me deja helado son otras cosas. Me deja helado ver cómo los delegados del PSOE cantan La Internacional, puño en alto (¿no les dará vergüenza?). O me deja helado ver cómo corean el nombre de su líder (Ru-bal-caaaa-ba) con esa fe que ellos sospechan que mueve montañas (pero que se parece más al agua pasada que no mueve molino). Me deja helado ver al juez Garzón en el banquillo y constatar que el franquismo sigue vivo y sigue siendo peligroso. También me deja como el témpano escuchar al ministro de cuyo nombre no quiero acordarme decir que lucharán para que los toros sean patrimonio de la humanidad. U observar cómo las izquierdas optan por callarse ante lo que está pasando en Siria y que yo no dudo en calificar de genocidio. Inofensiva nieve ante el peligro de los seres humanos.)

dimecres, 1 de febrer del 2012

UNA VOZ

Durante seis largos años estuve trabajando a 80 quilómetros de mi domicilio. Iba y venía cada día. Tan solo en tres o cuatro ocasiones al año me quedaba a dormir, con motivo de alguna evaluación que acababa tarde o de alguna reunión. Los demás días, los primeros años en coche y luego en tren, regresaba a Barcelona al término de mi jornada laboral.

Los primeros años tenía coche, y es por ese motivo que conducía los quilómetros de ida y de vuelta. Con el coche ganaba en comodidad y en horas de sueño, puesto que la combinación con transporte público no era muy buena, y me obligaba a madrugar mucho. Pero cierto día tuve un accidente. Un accidente aparatoso. No sufrí ninguna secuela física, afortunadamente, pero sí psicológica. Desde aquel día no conduzco. Por ese motivo a partir de aquel momento comencé a trasladarme en tren.
Para entenderlo habrá que decir que el accidente fue aparatoso. El coche se me salió de la carretera, se disparó hacia la cuneta, saltó un pequeño terraplén, y dio una vuelta de campana para acabar del revés. Una de las cosas que más recuerdo es la imposibilidad de quitar el contacto del coche, puesto que al estar boca abajo debía girar la llave hacia el lado contrario del habitual. Además todo estaba al revés: el volante y el contacto arriba y yo hecho un ovillo en el techo convertido en base. Recuerdo que salí por la ventana, que afortunadamente se quedó sin cristal. A gatas, nervioso, sin entender muy bien qué había pasado. Recuerdo que temía sobre todo que el coche se incendiara de un momento a otro, o aún peor, que explorara, como en las películas. Recuerdo también alejarme, sacudiéndome la tierra de los pantalones como si un poco de tierra fuera lo más importante. Recuerdo que me di la vuelta y observé mi coche convertido en un acordeón gigantesco (siniestro total, dijeron luego los técnicos, como uno de mis grupos favoritos de juventud). Un coche se paró a lo lejos, del cual salió una chica que vino corriendo hacia donde yo estaba con las manos literalmente en la cabeza. Soy muy malo con las caras, malísimo. Pero aquella cara no se me olvidará nunca. Era la cara del terror. Una chica guapa, no muy delgada, con apariencia de buena persona. Llegó a mí y me cogió de los hombros, y no cesaba de preguntarme si estaba bien, y de decir con la voz temblona que era un milagro que estuviera vivo. Y yo, por toda paga, le pedí que entrara por la ventanilla y quitara el contacto, que yo no atinaba y temía que se incendiara. Sé que resulté muy poco caballeroso. Ella, por el contrario, fue muy obediente. Se agachó, se puso a cuatro patas, entró por la ventanilla y apagó el motor. Bendita muchacha.

Luego llegó una ambulancia que yo no quería, pero como funcionamos por protocolos tocaba entrar en ella y que me llevaran al hospital comarcal. Tras unas radiografías me dijeron que no me había hecho absolutamente nada. Lo cual, ratificaron, era poco menos que uno de esos milagros que afortunadamente ocurren a diario.


Pero hay dos cosas que todavía no he contado. La primera es que tres años después, todavía en el mismo instituto del mismo pueblo, vi entrar aquella cara por la puerta. La cara de la chica que me había socorrido, la que si no me diera miedo resultar cursi definiría como mi ángel de la guarda. Andábamos el uno hacia la otra porque yo salía y ella entraba. Pero cuando estuvimos a metro y medio nos detuvimos ambos, nos señalamos con el dedo y sin decir nada nos dimos un abrazo. El destino me permitió hacer algo que no hice cuando ella me socorrió: darle las gracias. Durante los tres años que habían transcurrido muchas veces lo había pensado: ¿cómo encontrar aquella chica de la que no sabía siquiera el nombre para poder darle las gracias? A veces el destino hace bien las cosas.

Lo segundo que me falta por contar me da, incluso, más apuro. Porque muchas veces me he preguntado qué sucedió allí, en ese momento. No se trata de un secreto, lo he contado a algunas personas en algunos momentos, pero casi nadie ha hecho ningún comentario y me ha parecido que les incomodaba mi sinceridad. También me incomoda a mí, o mejor, también me incomodó durante mucho tiempo. En síntesis: el día que tuve el accidente no fue el primero en que los frenos me fallaron. En dos ocasiones anteriores, al frenar, el coche se me desvió levemente hacia la derecha. Me preocupó pero no lo suficiente. Porque el día del accidente, tras pasar un cambio de rasante, descubrí que había una máquina pintando las rayas de la carretera. Mi velocidad debía de ser superior a la permitida porque, tras frenar, el coche se me desvió hacia la derecha pero esta vez no pude controlarlo. Vi claramente que me salía, que no había nada que hacer, que tenía delante el terraplén, que el accidente era inevitable. No pude maniobrar, no sirvió para nada. El coche iba solo. Tuve el inicio de un ataque de terror, o algo parecido. Pero entonces escuché una voz. Juro que la escuché.

No fue una voz que resonara dentro del coche. No fue como un efecto especial de bajo presupuesto. Fue algo interior pero fue tan claro que supe que no era yo quien había pronunciado aquello. En catalán, mi lengua materna y paterna, la voz me dijo literalmente (y no puedo evitar un temblor extraño al recordarlo):  tranquil, no et passarà res, tranquilo, no va a pasarte nada. Eso fue lo que me dijo la voz.

Seguramente fue mi propio subconsciente. No lo sé. Sólo sé que esa certeza, la seguridad tremenda que me aportó aquella voz, me vino muy bien porque supe, sencillamente supe, que no me iba a pasar nada.

Los primeros años pensé mucho en aquel extraño episodio. ¿Fue mi mente? ¿Era yo esquizofrénico y no lo sabía? ¿Tenemos un ángel de la guarda que nos habla en ciertos momentos límites? ¿Lo que me sucedió tenía algo que ver, ni que fuera lejanamente, con esas experiencias cercanas a la muerte que cuentan algunos? Me preocupó durante mucho tiempo. Hoy, aun y sin entenderlo, me preocupa menos. Aquello sucedió, siquiera en mi mente. No ha vuelto a ocurrir más. No importa que se cumpliera el pronóstico; nadie me asegura que la voz no le dijera lo mismo a alguien que murió en un accidente. Lo que importa es que aquella voz me dio cierto punto de serenidad que de otra manera no hubiera tenido. Cuando estaba a punto de salirme de la carretera, con las manos en el volante, el coche ya fuera de control, tras haber escuchado la voz, cuando estaba ya todo perdido cerré los ojos, literalmente los cerré, y esperé a que terminara todo. La voz me tranquilizó. Supe que nada malo iba a sucederme.

La lógica de la vida, la ley de causa y efecto, nos enseña todo lo que vamos aprendiendo. Me pregunto si a veces crecemos también por el camino inverso: por el camino de lo inconsciente, de todo lo ilógico, de todo lo extraño que nos rodea.

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