Soy de los que piensan que la única solución para España es el Estado federal. Existen otras soluciones menos amables, claro está, soluciones que han funcionado en otros momentos y por largos periodos de tiempo: la represión, la censura, la falta de libertad, la imposibilidad de queja. Esa solución no la contemplo porque es la solución de la vara y no la de la convivencia. Luego, claro, está dejarlo todo como está ahora, cosa que muy probablemente ocurrirá: hacer como que no pasa nada, cantando las virtudes de nuestra monarquía constitucional y autonomista. Lo que pasa es que a mí, la monarquía no me gusta, de la constitución me siento ajeno y la autonomía en cierta medida está amenazada.
Pensamos, probablemente de forma algo inocente, que una solución para el país sería que España se convirtiera en una República. A mí mismo la idea de la República me exalta, me gusta, me apetece. Porque tenemos una visión equivocada de la República; una visión mítica generada por la Segunda decapitada por el franquismo (o el fascismo). Pero en esa Segunda, junto con muchos proyectos muy válidos, recogió también lo mismo que está recogiendo este Estado de las Autonomías que habitamos. ¿Alguien puede imaginar la de críticas que generó ya entonces el Estatut de Catalunya del año 32? Sí, las mismas quejas que hace cuatro años. ¿Alguien puede hacerse una idea de la fuerza de la derecha reaccionaria en la Segunda República? Sí, basta con mirar Intereconomía. ¿Alguien puede suponer las críticas que generaba cualquier intento de aprobar nuevas leyes progresistas? Lo mismo que ahora, exactamente lo mismo.
Yo, por tanto, dudo que la República a secas sea una solución adecuada. Tras la excitación de los primeros momentos, nada o casi nada iba a cambiar. Estas navidades pasadas Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución actual, señaló en una entrevista que los españoles quieren como Presidente de la República a Aznar o Bono. ¿Es necesario recordar lo que hizo la derecha republicana durante los cinco años de la Segunda?
Naturalmente prefiero una República a secas que una monarquía que afortunadamente, la gente va por fin conociendo. Pero una República, sin más, sería otra forma de acabar exactamente en lo mismo. Por eso decía al principio que la única solución que yo le veo a este país pasa por una República Federal. Eso que llevamos tanto tiempo reivindicando los catalanes (ya desde la Primera, hace casi 150 años, en que se presentó un
proyecto de Constitución Federal en que se indicaba que España estaba formada por una serie de Estados). Esa sería una manera justa de continuar siendo España pero permitiendo que todos (o que casi todos) se sientan cómodos (y siempre que digo esto la gente me mira como diciendo, pero si yo ya estoy cómodo... tú sí, pero igual yo no, y cuando digo yo no me refiero a mí sino a nosotros, claro). Pero, como decía, no detecto en absoluto esa necesidad en otros rincones de España. Señal inequívoca de que no se comprenden las otras nacionalidades ni se empatiza lo más mínimo con ellas. Lo cual me lleva a pensar que el Presidente de la Tercera República seria casi con toda seguridad Aznar. O Bono. Y para este viaje no cojo yo grandes alforjas, sinceramente. En otras palabras, que para construir una República que dentro de tres años repita episodios como el del Estatut, el del boicot a los productos catalanes, el de la polémica por los traductores en un Senado que seguiría sin servir absolutamente para nada, para repetir todo eso ya nos sirve el Rey y su encantadora prole.

De todas formas es importante darse cuenta como España, aunque insista en no querer ver el problema territorial que tiene vuelve siempre a poner sobre la mesa el tema de las nacionalidades: las comunidades autónomas actuales son, naturalmente, muy parecidas a los Estados propuestos por la Constitución Federal que nunca llegó a aprobarse. Señal inequívoca de que incluso quienes no ven problema nunca, saben que el tema no deja de estar siempre encima de la mesa. Y que siempre vuelve.
Ahora que la Monarquía comienza felizmente a tambalearse, ni que sea un poco, me gustaría pensar que se plantea sustituirla por otra organización estatal más respetuosa y menos impositiva. Pero creo que no es así. Mientras que el uso de las otras lenguas españolas en la capital sea visto como un derroche sin sentido, no será así. Las mal llamadas nacionalidades permanecen, por tanto, abocadas a la queja y a la escisión. Y así será mientras la única nación española válida sea la castellana.