LA LUCHA Y LA MUERTE DE FERRER
(En una entrada anterior hablé de la llamada Setmana Tràgica de Barcelona. En ella comenzaba explicando cómo se iniciaba una guerra en Marruecos a la que eran convocados los hombres españoles pero que servía, como muchas guerras, para intentar asegurar los intereses de la minoría que llevaba la batuta. El pueblo, consciente del abuso que estaba sufriendo, convertido en carne de cañón para asegurar los intereses de una minoría, se amotinó dando lugar a lo que se conoce como Setmana Tràgica, en julio de 1909. En ella se cometieron abusos, sobre todo contra la Iglesia. Una Iglesia que había ayudado perpetuar un sistema que propiciaba todo tipo de abusos contra los más débiles.)En manos de la Iglesia estaba la educación española. Una educación pobre, escasa y que no pretendía potenciar la crítica ni pretendía exterderse hasta alcanzar la gran mayoría de capas desfavorecidas. Las niñas prácticamente no iban al colegio, los niños iban los primeros años hasta que, en edad de trabajar, eran reclamados por las fábricas y los empresarios. Hasta entonces se limitaban a enseñarles a leer y escribir, sumar y restar, un poco de geografía, mucha religión y una moral que les llevara al sometimiento.
El gobierno no ayudaba. No existía una verdadera voluntad política para mejorar la situación de la enseñanza, ni para hacerla obligatoria hasta ciertas edades. Ni para desvincular cultura de religión. Ni para potenciar un pensamiento crítico que pudiera acabar siendo peligroso para sus intereses.
Un hombre de personalidad interesante y arrebatada, un anarquista no violento (porque en la época ser anarquista violento era prácticamente sinónimo de terrorista, y muchos anarquistas querían dejar clara su vocación pacifista) decidió hacer algo. Era pedagogo y se llamaba Francesc Ferrer i Guardia. Creo la Escuela Moderna. La primera estuvo situada en la calle Bailén de Barcelona. Luego se crearon otras sucursales. Pretendía formar niños y niñas libres a partir de técnicas pedagógicas modernas y europeas, con una educación socialmente comprometida y desvinculada totalmente de lo religioso. Pero el poder no iba a tolerarlo.Les vino muy bien que en 1906 uno de los trabajadores de la Escuela Moderna, el bibliotecario Mateo Morral, natural de Sabadell, se decidiera por su cuenta a lanzar una bomba a Sus Majestades durante la ceremonia matrimonial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Los Reyes se salvaron, pero muchas personas murieron y Ferrer i Guardia se vio fatalmente señalado. Aunque parece probado que no tuvo nada que ver con el atentado, el hecho de que un empleado suyo fuera un terrorista que había intentado un regicidio fue suficiente para colocarlo en el punto de mira.
Poco a poco Ferrer i Guardia pudo reemprender las tareas pedagógicas laicistas de la Escuela Moderna, pero las autoridades y los religiosos seguían observando cómo la amenaza que suponía Ferrer se resistía a desaparecer. Y decidieron que a la mínima iban a acabar con él.
La mínima fue la Setmana Tràgica. Parece documentalmente fuera de toda duda el hecho de que Ferrer no tuvo nada que ver con ese estallido violento en Barcelona. Barcelona, como dije, era la rosa de foc, ciudad que ya en 1893 vio prácticamente volar por los aires el emblemático Teatre del Liceu por una bombas de otro anarquista mítico, Santiago Salvador. Las autoridades quisieron aprovechar la Setmana Tràgica para acabar con el anarquismo. Necesitaban un chivo expiatorio a quien culpar. Fue Ferrer. Pedagogo, anarquista, librepensador y fundador de la Escuela Moderna. Si acababan con él, el peligro de una verdadera escuela laica desaparecía.
Lo culparon de algo que no había cometido (inspirar la revuelta), lo encarcelaron, lo juzgaron y lo mataron. De un tiro. En el Castillo de Montjuïch, emblemático escenario de la represión centralista de Barcelona.He estado leyendo en estos días un libro extraordinario. Se trata de un informe escrito por el periodista William Archer. El revuelo internacional del caso Ferrer fue enorme. Este periodista inglés fue enviado por su revista en 1910 para que redactara un reportaje de investigación sobre el caso. Archer llegó a Barcelona en 1910 y publicó su informe ahora hace cien años, en 1911. En tanto que inglés, su punto de vista es suficientemente objetivo, ajeno a las pasiones hispanas del momento. Y su veredicto es tan limpio como cabía suponer: Ferrer no tuvo nada que ver con la orquestación de la Semana Tràgica. Sencillamente la aprovecharon para acabar con él.
La muerte y la desaparición son, a veces, la mejor forma para acabar con una disensión, al menos temporalmente. Nos queda un consuelo: el paso del tiempo, que muchas veces acaba trayendo lo que en otra época fue visto como pervesión, como amenaza, como agresión. Pero para ello las figuras precursoras son necesarias. Como Ferrer, precursor del laicismo por el cual seguimos luchando todavía.