Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dimarts, 31 d’agost del 2010

RILKE

Yo nací, respetadme, en una época en que no existían todavía los manuales de autoayuda. Pero los de mi generación, y generaciones anteriores, supimos descubrir que ciertas palabras de grandes autores nos enseñaban el valor de las cosas, nos descubrían facetas ignoradas de nosotros mismos y, de paso, nos coeducaban en la convivencia de géneros. Tuvimos grandes maestros... y no salimos tan mal. Ahora, claro, con los manuales de autoayuda y con el bendito coaching todo funciona mucho mejor, ejem.

Por ejemplo: yo nunca fui poeta pero recibí, puntual, las cartas de Rainer Maria Rilke.

"Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su alma, en su más íntimo saber.

Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.

(...)

Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido impuesto."


Rilke; Cartas a un joven poeta, Carta IV.

dissabte, 28 d’agost del 2010

ATENAS Y LOS CÍNICOS

Jamás una ciudad me sorprendió tanto. No para bien. Atenas es una enorme ciudad que representa justo aquello a que no nos tiene acostumbrados Europa. En nuestro continente político (está claro que cuando hablamos de Europa hablamos de la Unión política porque la verdadera Europa va más allá) lo feo y degradado se esconde y se expulsa. Atenas lo exhibe.

Me habían hablado de los drogadictos y los pedigüeños griegos pero jamás sospeché que la cosa fuera tan seria. En los alrededores de la plaza Omonia, en pleno centro, en un trecho de cien metros, uno se encuentra con veinte vendedores callejeros (vendiendo verdaderas reliquias caseras), diez homeless, diez drogadictos colocados (algunos cayéndose por los rincones, algunos durmiendo a sacudidas epilépticas, algunos dando estertores con las agujas todavía colgando de sus brazos), amén de representantes de todas las etnias y colores, preferiblemente árabes y negros, en un peligroso y sospechoso pasar el tiempo, sin nada que hacer. En cada esquina, controlando el espectáculo tremendo, un coche de policía está detenido, con los agentes bien visibles caminando arriba y abajo. El resto del escenario es fácilmente imaginable: suciedad sin límite, gritos, alguna persecución inesperada, los quioscos abarrotados que venden de todo, los aires acondicionados de la zona que gotean sobre las cabezas de los transeúntes, tiendas abigarradas, muchas de ellas con especias, que te hacen creer que te encuentras en algún país musulmán. Lo verdaderamente sorprendente es que esto ocurre en el corazón mismo de Atenas.

El espectáculo de la pobreza extrema y peligrosa, más allá de las meditaciones sociales que pueda generarme, me provoca básicamente la apetencia tremenda de alejarme. Me siento muy inseguro en ese entorno, probablemente porque no estoy acostumbrado. Ello no significa que sea insensible al sufrimiento de esas gentes, ni tampoco que no me cuestione este mundo injusto, dador de desigualdades y sufrimientos atroces. Quien me conoce sabe que no sólo me lo cuestiono sino que me duele enormemente que las víctimas sean siempre los mismos, a quienes se conoce en aberrante expresión como carne de cañón. Pero esa evidencia no me hace perder de vista el peligro que en semejantes ambientes uno puede encontrarse. Y a quienes me llaman clasista o burgués por ser honesto y reconocer esto, solamente puedo darles la razón y decirles que vayan ellos a pasear por esas calles, que para mis paseos yo prefiero otras.

¿Significa esto que no me gustó Atenas? No, no exactamente. Me sorprendió la pobreza delincuente y arrabalera en pleno centro (la otra pobreza, de la cual provengo, no me asusta ni me sorprende), la inseguridad, el alejamiento de los patrones europeos. Me hizo pensar en la crisis griega, real, cierta, verdadera absolutamente. Atenas tiene rincones muy agradables, y no hablo de los turísticos, naturalmente, que más bien me asustan por otros motivos. Atenas tiene también milenios de sensaciones en cada piedra y eso se nota.


De esa indolencia y miseria atenienses dan cumplida cuenta los perros abandonados que pueblan las calles. Jamás vi tantos. ¿No se recogen? ¿No se llevan a perreras como aquí? (Donde por cierto, en Catalunya al menos, no se sacrifican, de lo cual me alegro mucho). Los perros abandonados de Atenas son perros sucios, cada uno con su collar. No andan casi: el calor les aturde, duermen en medio de la calle, en los rincones. Permanecen como un símbolo de una ciudad en ruinas a la que le cuesta levantarse.

A pesar de todo, vale la pena Atenas. Pasear por Plaka y Monastiraki, descubrir la Acrópolis y el foro, maravillarse en el museo Arqueológico, subir al monte Lycabettus, imaginar las olimpiadas en el Estadio Olímpico, visitar lugares cercanos como Delfos, Micenas, el canal de Corinto, Epidauro. A la vuelta y tras cualquier esquina, espera durmiendo el espíritu de Diógenes Laercio.
(Los cínicos del título no son los pobres, ni los drogadictos, ni la policía, ni los turistas como yo que lo contemplamos todo con escrúpulos vivísimos. Usé cínico en un sentido estrictamente etimológico.)

dimarts, 24 d’agost del 2010

LA PAKISTANÍ

Recuerdo que ocupé un cargo directivo hace años. Mala experiencia: mucho trabajo, poco poder de decisión, escasa compensación económica y mucha ingratitud. Me avisaron: quien asumía mi cargo debía asumir la carga más pesada, Lola. Lola era una mujer alta, mayor, de larga melena oscura y muy morena de piel. Respecto al carácter era lo que diríamos una excéntrica con mucho mal humor. La mala fama la perseguía. Por mala persona. Por agresiva. Por insolente y maleducada. Por cizañera. Por gritona. Capaz de desesperar al más temperado. Dos años antes habíamos tenido una discursión histórica, no recuerdo bien el motivo. La cosa prometía. Quise saber en qué consistía exactamente su trabajo y me respondieron con una frase memorable.

- Es pakistaní.

- ¿Pakistaní? - pregunté sorprendido

- En la Administración, a quienes uno no sabe nunca demasiado bien a qué se dedican, les llamamos pakistanís porque la gente al verlos siempre se pregunta lo mismo: ¿y pakistán?

Perspectiva espantosa: tener que aguantar a una tía insoportable que nadie sabía para qué estaba. Es de esas cosas que tiene la administración: reuniones para todo y funcionamiento muchas veces absurdo. De ello se aprovechan siempre los más vivos y de ahí deriva la mala fama que luego hemos de soportar todos, incluso los más esforzados, que somos la mayoría.

Hablé con los jefes y les pedí que, en cuanto yo tomase el nuevo cargo, Lola dejase de venir. Si nos la ahorrábamos las cosas iban a funcionar mejor. No pudo ser, naturalmente. Iba a tener que aguantarla aunque no me apeteciese y no sirviese para nada.

Lola venía sólo un día de la semana, generalmente los lunes, para asistir a dos reuniones de coordinación que con su sola presencia solían acabar a tiros. Le di muchas vueltas, pensé mucho, traté de clarificar aquello que se esperaba de mí en el nuevo cargo y al fin tuve una idea. La propuse a mis superiores y no les pareció mal. Lo difícil era que Lola quisiera aceptarlo. Me reuní con la pakistaní y le pedí su ayuda.

- Debemos hacer algo, Lola, y debemos hacerlo juntos - le dije - Y tu ayuda me resulta fundamental. Quiero remodelar de arriba a abajo todos los documentos del centro, adaptarlos a la realidad social de nuestros días, actualizarlos a partir de largas y completísimas encuestas, votarlos, reestructurarlos y volverlos a reestructurar, modificarlos y modernizarlos.

Lola me miró. No lo veía claro. Añadí rápido:

- Creo que pueden acabar siendo unos documentos de referencia. Naturalmente íbamos a firmarlos ambos. Creo que pueden circular mucho y ser muy comentados.
De sobras sé que hay documentos, citados por algunos, que sólo sirven para justificar horas de trabajo y sueldos a final de mes. Documentos que permiten pregonar el mucho trabajo realizado pero que luego nadie lee. Me miró y sonrió un poco.

- ¿Tú sabes dónde te metes? ¿Tú sabes el volumen de trabajo que supone todo eso?

- Sé perfectamente que es trabajo imposible de acometer en un año. Se necesitan un par o tres.

- O cuatro - añadió ella, entusiasmada.

La engatusé. Evitaría las dos reuniones semanales con Lola (y con otras mujeres insoportables, de esas que siempre disfrutan gritando un rato) aunque a cambio iba a tener durante dos horas semanales a Lola para mí solo. La idea me daba pavor, pero estaba dispuesto a ponerle mucha melaza y a cazarla desde la primera reunión a solas.

La cacé. Pasé los dos años razonablemente bien. Realmente la mujer era complicada. Una lianta, que se dice ahora. Cada lunes nos poníamos a redactar los famosos documentos que no iban a servir para nada. Pero fui acortando esas dos horas en base a cafés y confidencias. Porque fueron llegando las confidencias de Lola y yo descubrí un alma atormentada y solitaria. Me seguía causando pavor, porque era complicada y difícil, con momentos de verdadera mala leche, seguía sin aguantarla nadie, pero a la vez me despertaba algo parecido a la ternura. Como era sumamente aburrido luchar con normativas absurdas que efectivamente luego nadie leyó, le proponía un café, un desayuno, un cigarrillo (yo entonces todavía fumaba). En dos años acabamos los documentos. Ella me contó su vida, se me abrió como la urna del pulpo Paul, y lloró en más de una ocasión. Y el último día me abrazó fuerte.

- Siempre creí que la complicidad en las relaciones laborales se había terminado. Hoy sé que, en el trabajo, la amistad todavía es posible.

Se calló porque se le quebró la voz. Y yo pensé en lo sola que está muchas veces la gente arrolladora, la gente que nadie soporta. Mi gran secreto es que, dos años después, yo seguía sin soportarla. Pero eso no se lo dije nunca aunque su tormento particular me causase una cierta lástima. Lo que no justificaba que estuviera dispuesto a aguantarla en aquellas eternas llamadas telefónicas que comenzaron justo aquel verano.
Costó zafarse. Y aunque sentí que la había engañado durante aquellos dos años, me consolé pensando que en la vida cada uno utiliza sus armas y que mi estrategia había servido para que ni yo ni nadie se destrozara los nervios ni las cuerdas vocales en eternas reuniones inútiles. De aquella experiencia me han quedado algunas sensaciones vívidas. La soledad radical de los gritones, por ejemplo. La inutilidad de las reuniones de trabajo. O la certeza de que con miel se cazan más moscas que con vinagre.

dissabte, 21 d’agost del 2010

BOUS EMBOLATS

Hace muy poco tuve una gran alegría que algunos están ya luchando por neutralizar: el Parlament de Catalunya prohibía la fiesta de los toros (moratorias aparte). Naturalmente expuse mi alegría en este blog.

De aquella excelente iniciativa popular que acabó triunfando permanecía solamente un lunar que no quise entonces que me amargara la alegría: los bous embolats y demás fiestas que siguen basándose en el sufrimiento de un animal. Por motivos claramente electorales (estas fiestas que critico se celebran sobre todo al sur de la provincia de Tarragona y en la Comunidad Valenciana) permanecieron fuera de la prohibición. Como no soporto mezclar cuando la mezcla no lleva a ninguna parte (y mezclar ahí equivalía a aguar una excelente noticia) no dije nada. Tiempo habría de seguir luchando.
Ha llegado ese tiempo. He visto ahora en la tele esas imágenes que cada año me avergüenzan: algunos tirando del rabo de los toros, colocándoles teas de fuego en la cornamenta, el sufrimiento del animal (quemazones en los ojos, agresiones, golpes...). Entre un ser humano y un animal, un ser humano siempre. Indudablemente. Pero el respeto a los animales también nos hace mejores a nosotros. Respetarlos equivale a construir un mundo mejor.

Cuando hace un mes el Parlament prohibió las corridas hubo muchos que, seguramente sensibilizados por el animal lo mismo que yo, priorizaron el tema identitario. En lugar de alegrarse por la prohibición acentuaron la paradoja: mientras se prohibían los toros se continuaban permitiendo otras fiestas. Esa paradoja la vimos todos. Pero acentuarla entonces era otra forma de hacer política, no una forma de avanzar.
Me da exactamente igual si un animal es agredido en Pamplona o en Sant Feliu de Guíxols. Me opongo frontalmente a esa forma de entender la vida y la fiesta. Me molestan también las personas que cuando algo bueno se consigue no dudan en acentuar la contradicción en lugar de alegrarse hoy para seguir luchando mañana.

Es exigible una ILP contra los bous embolats y es exigible que quienes votaron entonces contra la fiesta nacional voten también ahora, en coherencia, contra estas otras formas de maltrato.

Os dejo dos canciones de Ska-p, un grupo mucho más interesante que los que suenan en Los 40 principales. La primera canción (Wild Spain, Salvaje España) carga contra estas fiestas populares que se basan en el sufrimiento animal, no sólo contra la "puta fiesta". Y la segunda, Torero asesino, sería un equivalente en Ska de las viejas canciones protesta; un poco panfletario si se quiere, pero todas las luchas, incluso las que tienen más razón, lo son.

(Quiero advertir que algunas de las imágenes del primer vídeo son especialmente horribles. Me gustaría que quien defiende que los toros son arte mirara entero el vídeo y luego tuviera huevos de mantenerlo.)





dijous, 19 d’agost del 2010

BUS

Tras la vida rural, regresa la ciudad con fuerza.

dissabte, 14 d’agost del 2010

PAISAJES FAMILIARES (y II)

Hablaba en mi anterior entrada de mi pueblo de montaña. Pero como dije, uno es rico en pueblos y tengo otro. Ese otro es, con mayor propiedad, mío, pues es donde nací.

Es un pueblo situado en la sequedad de la llanura leridana. En primavera nace el cereal y los campos se cubren de unas inmensas alfombras verdes. Pero ese mismo verde se va tornando primero amarillo, luego ocre, a medida que se va secando. En verano llega la cosecha y entonces reaparece el marrón de la tierra, la aridez de una poética no comprendida por todos, sobre todo cuando la paja embalada es recogida y los restos quemados y la tierra removida. Recuerdo que uno de los mil juegos de mi infancia consistió justamente en construir complejas edificaciones con aquellas gigantescas balas. Hasta techo les poníamos. El gran inconveniente eran los picores que se derivaban.
El pueblo donde nací tiene tres iglesias. Sólo dos se conservan para el culto. Una de ellas, la de Sant Pere, tiene un gran campanario que puede verse cuando te acercas en coche a lo lejos. Aquí me bautizaron, en la iglesia del campanario, y me cuentan las crónicas que tocaron las campanas, razón por la cual jamás seré duro de oído (eficacia contrastada). La otra iglesia tiene un campanario de espadaña y una extraordinaria portada románica que es como un libro abierto. Esta iglesia, la de la portada, es muy bonita y muy pequeña, con la discreción altomedieval y su medida humana. En ella reside (digámoslo así) la patrona del pueblo, una talla románica que tiene mucha gracia y encanto (como la mayoría de vírgenes románicas): la Virgen de la leche, porque está amamantando al niño. Mi pueblo tiene callejas estrechas, alguna considerablemente empinada, alguna plaza encantadora, mucho calor (y mucho frío en invierno), gentes muy agradables y un curioso, acaso sorprendente, interés por la cultura.

Cuando era niño y comenzaban las vacaciones escolares, el Seat 850 que glosé en mi anterior entrada nos acercaba al pueblo de la llanura. Y aquí, los niños en compañía de las abuelas, permanecíamos los dos meses y medio de verano. Eran los veranos de infancia, ese paraíso en mi caso afortunado y cuasi mítico (como el de muchos), de esa mitología doméstica y necesaria. Nos pasábamos el día en la calle, jugando con los vecinos y amigos, alguno de los cuales ha pervivido en el campo de los afectos (mi amiga Rosa). Sólo existía una exigencia: respetar aquello tan misterioso que recibía el nombre de "l'hora del sol" en que el calor apretaba tanto que estaba prohibido jugar y campar por las calles. El mayor misterio era el momento preciso en que la hora del sol acababa y ya todos volvíamos a salir. Preguntaba constantemente a las abuelas: "¿Se ha acabado ya la hora del sol?", y ellas me decían que no. Hasta que, en un momento determinado, decían que sí y se abrían las puertas. Jamás conocí la verdadera frontera entre el no y el sí, entre la hora del sol y lo que los baleares llaman "s'hora baixa". Y esto me lleva a pensar en ese terror que existía en aquellos tiempos por dos cosas: las insolaciones y los cortes de digestión. Las abuelas de entonces eran muy precavidas.

¿Es posible amar los espacios? Sí, porque espacio y tiempo son lo mismo, y un lugar representa una época de tu propia vida. Para siempre mi pueblo será mi infancia, el lugar en el cual seguramente he sido más feliz.

Es donde me encuentro ahora. Aquí me quedo unos días más, recordando y mirando las estrellas, raro privilegio para un urbanita.


(Las que ilustran esta entrada, también en este caso, son fotografías de mi hermano o mías)

dilluns, 9 d’agost del 2010

PAISAJES FAMILIARES (I)

Se me permitirá un par de entradas rurales. Y biográficas. Ésta y la siguiente.

El verano es época de regresar al pueblo, como hacen muchos. En esta sociedad urbana nuestra, la mayoría somos de pueblo. Rurales que se trasladaron a la ciudad en los movimientos migratorios que ahora se estudian, en unas circunstancias económicas muy determinadas. Somos hijos del desarrollismo hispano, nos guste más o nos guste menos. Imagino que esos flujos se habrán dado en otros países, que también allí se hablará de desarrollismo o de algún equivalente.
Recuerdo cuando era pequeño. Nos embutíamos toda la familia en el Seat 850 (cómo cabíamos sigue siendo un misterio), cargábamos las cosas en el maletero y en la baca, y como tantos otros salíamos hacia el pueblo llenos de felicidad. Algunos iban incluso con más moral: eran quienes atravesaban la península hacia Extremadura, Castilla o la zona del norte. Quienes bajaban a Andalucía eran unos héroes de la paciencia. Para nosotros, catalanes, el trayecto era menor.

Pero nosotros teníamos dos pueblos. Mi padre es de un bonito pueblo de la llanura leridana. Mi madre de las montañas pirenaicas. Las circunstancias familiares hicieron que acabásemos heredando casa en ambos pueblos, en uno de ellos compartida con mis tíos hasta que hicimos obras y la dividimos en dos: así pues, desde siempre fue necesario cumplir con ambos pueblos, visitarlos y habitar nuestras dos residencias veraniegas.
Mi padre, decía, nació en la llanura leridana, no lejos de Lleida pero más hacia el norte, hacia la tierra seca y árida que anuncia ya el prepirineo. En ese enclave nací yo también, puesto que mis padres, tras casarse y el viaje de novios de rigor a Mallorca, se pusieron a vivir en el pueblo de mi padre. Hablaré de este pueblo en la próxima entrada.

Mi madre, en cambio, procede del Pirineo, de un pueblecito diminuto (no llegan a diez habitantes en invierno, y los casi veinte de verano son un verdadero derroche). Es de este pueblo, de mi pueblo de montaña, en el cual me encuentro pasando unos días, del que quiero hablar. (Ya le dediqué una entrada en mi otro blog).

Se trata de un pueblo encaramado en lo alto de una montaña. No es un pueblo de paso: se va(o no se va). La carretera general circula a lo largo del río, abajo, en el valle. Si los conductores se detienen un momento y levantan la vista, ven mi pueblo, esas cuatro casitas presididas por el campanario, en lo alto de la montaña. Si alguien desea acercarse deberá tomar un desvío y comenzar la lenta ascensión llena de curvas y más curvas, de un camino que se adentra en los bosques, de peligrosos precipicios. Ahora es ya mucho más seguro. La carretera de ascensión está asfaltada y han colocado quitamiedos en las curvas. Y una vez arriba, quien llegue se encontrará con un pasaje silencioso, poblado de casas de piedra de enormes muros, donde casi nunca hace calor (las paredes, tan amplias, protegen de todos los excesos), con una plaza presidida por la Iglesia, con una fuente y con un lavadero colectivo de esos antiguos. Lo demás: montañas, árboles, silencio y unas agradables vistas al fondo del valle por donde circulan los coches que sí van a alguna parte. También caminos que recorrer y rincones en los que descansar un rato.

Nuestra casa me encanta. Es antiquísima: me sorprendo en ocasiones pensando en mis antepasados que la habitaron, tratando incluso de visualizarlos. El tiempo es una ficción, lo sabemos. Así que siempre he pensando que, acaso no nítidamente, sea posible en ocasiones conectar algún extraño interruptor que permita visualizar cómo vivieron aquellas gentes. O acaso el interruptor sea genético (recuerdo cuando se hablaba de memoria genética, hace ya unos cuantos años). Es una casa antigua, cómo no, que hemos ido arreglando en la medida de lo posible. Pero ahora está necesitada de otra reforma: renovar el tejado y crear un par de nuevas habitaciones, convertir un antiguo pajar adyacente en un comedor más amplio y asegurar los cerramientos, que el invierno es muy frío y aquí nieva mucho. Las obras están previstas para la próxima primavera.

Aquí me quedo, descansando unos días.

(Las fotos son mías y de mi hermano, de veranos precedentes)

dimecres, 4 d’agost del 2010

SOMORROSTRO Y OTROS BARRIOS DE BARRACAS

En el Somorrostro nació la inmortal Carmen Amaya. Hoy el Somorrostro ya no existe, afortunadamente, aunque ha quedado inmortalizado en fotografías, filmaciones varias y una película sorprendente: Los tarantos, de Rovira Beleta.

El Somorrostro, con el artículo delante, era un barrio de barracas (chabolas las llamaban en Madrid) ubicado justo donde ahora está el Puerto Olímpico de Barcelona; es decir, al lado mismo del mar. Pero no era el único barrio chabolista de Barcelona. Estaban las barracas del Carmelo, por ejemplo, donde vivió Manolo Reyes, el Pijoaparte (vivió allí, seguro... los grandes personajes literarios existieron, por si alguien lo duda). Las de Montjuïch, habitadas básicamente por esos murcianos para quien Gil de Biedma reclamó "que la ciudad les pertenezca un día". Las de la Perona, barrio bautizado así en honor a Evita Perón que, en los días del nacimiento de ese nuevo enclave barraquista, estaba confraternizando con los Franco en la ciudad condal (por cierto, qué horrendo y qué franquista queda lo de ciudad condal; prometo no volver a usarlo jamás). O también las barracas del Camp de la Bota, donde unos años después levantaron Diagonal Mar y montaron el belén absurdo del Forum 2004.


Siempre me ha llamado mucho la atención esta historia olvidada, silenciada, de mi ciudad. Hablé de ella en mi anterior blog, a raíz de visitar la exposición La ciutat informal. Y he sentido siempre un enorme respeto por estos inmigrantes que llegaban de la España profunda, sin nada absolutamente, y que se veían obligados a malvivir en condiciones deplorables, sin luz, sin agua, sin las mínimas condiciones higiénicas, olvidados, proscritos, al lado del mar o en las faldas de las montañas. Se generan inmediatamente multitud de planteamientos. ¿Se ha hecho verdaderamente justicia con ellos? ¿Las comodidades les llegaron demasiado tarde? Y, ya en el campo de las correspondencias, ¿estamos repitiendo la historia con quienes van llegando en estos días?

Ayer por la noche volví a ver el excelente documental Barraques. La ciutat oblidada. Puesto que la mayor parte está en castellano, pongo seguidamente un trozo. La mujer que sale al principio, Julia Aceituno, vivió en el Somorrostro durante muchos años. Hija de un rojo que fue asesinado por la Guardia Civil por ayudar al maquis, se vio forzada con su madre, tras el paso por la cárcel, a emigrar a Barcelona desde Andalucía, como tantos otros. Sus planteamientos en el reportaje son enormemente lúcidos. Cuenta, ya hacia el final, cómo cuando les dieron el ansiado piso (del Ministerio de la Vivienda franquista) sintieron que habían ganado una guerra. Por primera vez en su vida podrían habitar una casa en condiciones. Pero tampoco fue así: a los pocos meses las paredes se fueron deshaciendo como galletas. Los pisos estaban afectados por aluminosis. Tuvieron que reiniciar la lucha, inacabable.



Y aparecen más personajes. Por ejemplo, una mujer que lamenta que la Iglesia estuviera sólo para darles la primera comunión y poco más. Su queja no es tanto por la insalubridad, por la ausencia de servicios, por la falta de higiene. Dice la señora en un momento determinado: "Lo que jamás podré perdonarles es que nadie se preocupara por darnos la más elemental cultura". Es decir, nadie se preocupó por darles las armas para que pudieran salir de aquel entorno en el cual se encontraban.

Las ciudades y los pueblos están hechos justo de eso: de mezclas, de gentes que han ido llegando, que se han incorporado al paisaje, que han traído sus propias costumbres y sus propias tradiciones y a la vez han ido asimilando las nuevas. Creo que nunca está de más analizarnos, observar cómo recibimos a quienes llegan, a quienes vienen para quedarse, a quienes pasado mañana serán tan de aquí como quienes llevamos más tiempo. Os recomiendo mucho que veais el reportaje: fraccionado en nueve partes puede verse en youtube.

diumenge, 1 d’agost del 2010

COLOSAL

Encontrábame en la isla griega de Rodas sabiendo que no hallaría ni rastro del Coloso, aquella gigantesca estatua del dios Helios que daba entrada a la ciudad, cual puerta monumental. Sobre esa isla me gustaría escribir otro día, porque es una isla con escaleras que no llevan a ninguna parte, toda ella mero decorado maravilloso.

Encontrábame en Rodas sin buscar al Coloso cuando me llegó, casualidades de la vida, una noticia colosal: el Parlamento de Catalunya acababa de prohibir la fiesta de los toros. Un sms de Esther me informó puntualmente (me consta que también Susana me mandó uno, pero por esas cosas de las compañías de telefonía móvil, no me llegó). Y aquí se me permitirá que recuerde algo.

Tenía yo quince años, quizá uno menos, cuando cierto día, regresando del instituto, me encontré con una escena atroz. Las autoridades caninas de mi ciudad (las autoridades siempre son caninas, pero a veces lo son específicamente) recogían un perro abandonado. Nos paramos un grupito, sorprendidos por un espectáculo que no habíamos visto nunca. Y sentí que algo se rompía en mi interior cuando observé la crueldad con que era tratado el pobre animal. Llegamos a casa, con una amiga de la época (Alicia, la inolvidable Alicia, recuperada recientemente gracias a ese invento llamado facebook) y redactamos una carta que mandamos a La Vanguardia, y que La Vanguardia tuvo a bien publicar.

A partir de entonces y hasta hoy mismo la lucha por los derechos del animal ha ocupado parte de mis inquietudes. Y he ido viendo cómo desaparecían espectáculos atroces y terribles. La cabra que tiraban desde cierto campanario despreciable. Los pollos colgados cabeza abajo para que los lugareños pasaran corriendo a caballo y trataran de arrancar cuantas más cabezas mejor. O el de los patos lanzados a un río que debían ser cazados, a lo bestia y tras ser ahogados, por los aguerridos mozos unicejos de la entrañable aldea. Otros espectáculos siguen existiendo, por desgracia, como el toro de Tordesillas, acribillado por varios hombres muy hombres que se dedican a torturarlo hasta la muerte. Y uno asiste a la justificación imposible de espectáculos como ese, y llega a la conclusión de que el eslabón perdido existe, y que no anda lejos.

Por eso la noticia que me llegó a Rodas fue colosal. Queda mucho por hacer, pero que se prohiban espectáculos que, se mire como se mire, son básicamente pura salvajada, es un motivo de gran alegría. Mirad, mirad el corto que pone Ciberculturalia en su blog y descubriréis que existen múltiples maneras de decir lo mismo. O leed la entrada de Susana y sabréis otros motivos que han contribuido a que la noticia me parezca estupenda (sí, se trata de una iniciativa popular...).
Y bueno, finalmente ahí asoma de nuevo el PP, que más que un partido político ya se me antoja una pesadilla. Dice que pretende conseguir que lo que ha decidido libremente un parlamento quede, nuevamente, en papel mojado. No me diréis que no resulta agotador hasta la extenuación. Pero de momento la inmensa alegría no nos la quita nadie. Y uno tiene la intuición de que con esto no van a poder...

Al día siguiente, todavía feliz, marché de Rodas a Creta y pensé que nuevamente algo mágico estaba uniendo mi viaje a la prohibición que comento. Porque fue justamente en Creta donde cierta reina tuvo amores justamente con un toro, de cuya unión nació... En fin, no repetiré la historia.

Solamente una anécdota para terminar. Cuando hablé con mi amiga Rosa y comentamos la gran noticia, sus palabras fueron enormemente precisas. Señalé mi gran alegría por la prohibición y ella me respondió que ni siquiera íbamos a notarlo porque, en realidad, ¿quién iba a los toros en Catalunya? Nadie, la verdad. Una sola plaza en toda Catalunya y comúnmente vacía (menos cuando se fletan autocares desde otros rincones de la piel de toro). Es cierto, no va nadie. Quizá por eso se nos ha criticado desde algunos medios europeos y mundiales. Catalunya, tierra de prohibiciones, se ha dicho.
Pero yo sí me alegro. Me alegro de que algunas cosas estén prohibidas. Me alegro de que se prohiban las peleas de gallos, por ejemplo. O las peleas de perros. Me alegra que se prohiba tirar animales desde campanarios. Me alegra que se prohiba arrancar de cuajo la cabeza de las aves. Me alegro, y ahora que lo escribo ni me lo creo, me alegro de que en Catalunya se prohiba torturar un animal hasta su muerte, convertida en espectáculo, en una plaza. Espero que cunda el ejemplo, de verdad que lo espero.

(Y hoy domingo día 1 de agosto puedo decir bien alto que me alegro también de que entre en vigor la convención que prohibe las bombas de racimo, otra muestra más de la enorme crueldad humana que queda, espero, desterrada, aunque no todos los países la hayan firmado...)

ACTUALIZO: El domingo día 1 de agosto se celebró una corrida en la Monumental. Se preveía polémica y seguramente multitudinaria, dada la reciente normativa aprobada por el Parlament. Pues no. Esta es la imagen... Y sobran las palabras.

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