E-BOOK Y MINILEAKS
Vuelvo al blog compartiendo, por ejemplo, que me he comprado un e-book. Reconozco que soy generalmente reacio a los cambios, pero también que si estos funcionan me convenzo rápido. No me gustaban los ordenadores, pues mataban teóricamente el romanticismo de la escritura (a los veinte años se lucen paranoias de este estilo) y ahora no me despego. Por poner un ejemplo.
Con el e-book pasó lo mismo. Lo he despreciado durante tiempo, primero de forma categórica, más tarde con la fórmula más suave de esperaré a que se perfeccionen y unifiquen formatos. Pero este verano se acabó la espera.
Leer en la pantalla luminosa del ordenador es agotador y me temo que no óptimo para la vista. La pantalla sin luz directa del e-book prometía mayor confort. Por otro lado pude descargarme miles de libros (literalmente), desde clásicos consolidados a obras de más reciente aparición, desde novelas a ensayos y libros de poemas. Tras aprender su manejo y pasar una tarde seleccionando en mi colección de libros electrónicos comencé a leer. Y me di cuenta de varias cosas.
En primer lugar, que no se extraña el formato papel. Juro que no. Cuando se acababa la página mis dedos hacían como que querían agarrar la hoja para pasarla, como había hecho siempre. En segundo lugar, resulta muy cómodo poder aumentar el tamaño de la letra: si el formato es el adecuado (pdf o epub) la página no se descompone. Y en tercer lugar, con el e-book se lee diferente, en el sentido de que seguramente he leído cosas que jamás hubiera comprado. Se descubren textos extraños que uno no compraría por cuestiones de limitaciones de espacio y por precio. La experiencia ha sido como entrar en una Biblioteca pública donde hay muchas cosas que, aunque nunca las comprarías, te pica la curiosidad. Y al final te alegras de que te haya picado.
Pero todo tiene su parte negativa. Como creo que soy un ciudadano concienciado con la importancia de preservar las artes, y contribuir a ellas con mis medios, he querido comprar alguna novedad editorial en formato e-book. Los escritores siguen necesitando comer, y tengo claro que no deseo que desaparezca la literatura: quiero seguir comprando, por tanto. Y ahí ha venido la desagradable sorpresa. ¿Cómo puede un tomo que en librería cuesta 28 euros costar lo mismo en formato digital, sin gastos de papel, ni distribución, ni gastos de la librería que lo vende? Para mí un precio razonable serían unos cinco euros. Con un precio ajustado muchas personas se animarían a comprar novedades en formato digital y nadie perdería: ni el escritor, que continuaría recibiendo sus dos euros por volumen vendido, ni la editorial.
Vale la pena meditar sobre esto: no siempre el problema de la piratería está en la gente que piratea, sino en lo mal que se lo han sabido montar, por avaricia, algunos. Y al final, como siempre, los perjudicados son los de siempre: los escritores en este caso.
Nada, que os recomiendo el e-book.
En otro orden de cosas me gustaría comentar dos páginas. La primera se llama Minileaks, una iniciativa que tomando el modelo del famoso Wikileaks propone recoger denuncias de circunstancias cotidianas realizadas por los afectados. Una interesante propuesta que nos hace sentir menos vulnerables. (Clicando aquí encontraréis una entrevista con su creador). La segunda es una crónica que La Vanguardia le hizo a un eminente químico, en la que soltó algo tan tremendo como: "Muchas de las grandes farmacéuticas han cerrado sus investigaciones sobre antibióticos porque curan a la gente y lo que estas empresas quieren es un fármaco que haya que tomar toda la vida. Puedo sonar cínico, pero las farmacéuticas no quieren que la gente se cure." Un motivo más para meditar.
Feliz semana.