Para todos los amigos que aún no lo sepan he abandonado este blog y he abierto otro. Ahora me encuentro en Accés a Maians, lugar en el cual voy colgando las nuevas entradas y donde me gustaría encontraros a todos.

dijous, 26 de gener del 2012

GÓNGORA EN LA PUERTA DEL WATER

En nuestros recientes días sevillanos tomamos una mañana el tren y nos acercamos a Córdoba. La idea era pasear por las callejas, visitar la Mezquita y la Sinagoga (la única en tierras andaluzas), cruzar el puente romano, y poco más.


Las calles de Córdoba son muy bonitas, blancas, diminutas, íntimas. Pero la zona antigua es reducida. Merece la pena una visita, qué duda cabe, lo mismo que los pueblos blancos andaluces que tanto predicamento tienen (no los conozco pero los imagino como la zona antigua de Córdoba). La Sinagoga estaba cerrada. El puente romano enseguida está visto, y además al estar tan remodelado casi ni se percibe la antigüedad cuando lo cruzas. La Mezquita, en cambio, sí que es maravillosa.
La sorpresa fue ver cómo la convirtieron en Catedral: tiraron al suelo la parte central y allí levantaron una Catedral. Naturalmente evité lo más que pude pasar por la zona cristiana, la central: la verdadera maravilla son los arcos árabes que dan una sensación extraña, majestuosa, inquietante incluso.

Cuando ya nos íbamos descubrimos el último detalle: la tumba de Góngora. Nada, una cajita que puede servir como metáfora, o para exclamar aquello tan cierto de que no somos nada. No me atraen especialmente las tumbas de famosos, esa extraña forma de fetichismo que puede seguirse fácilmente por la red y que te permite asomarte a la tumba de Keneddy, por un decir, e incluso ponerle unas flores. Pero, aun sin ese fetichismo, ya son varias las tumbas que he visitado: la de Machado en Colliure, la de Cortázar en el cementerio de Montparnasse en París, la de Marlene en Berlín. Y nada, efectivamente, no queda nada. A los muertos hay que buscarlos en los recuerdos, no en los huesos.

Por eso recordé poemas de Góngora y sonriendo me acordé de los que intercambiaron con su enemigo del alma Francisco de Quevedo, escribiendo así una de las páginas más afortunadas de nuestra poesía áurea. "Yo untaré mis obras con tocino porque no me las muerdas, Gongorilla" le espetó Quevedo llamándole judío. O "Érase un hombre a una nariz pegado", del mismo al mismo. Pobre Góngora, excelso poeta pero pereciendo ante los ataques inmisericordes del castellano. "Anacreonte español, no hay quien os tope" se limitó a contestarle, metiéndose con sus gafas. Aquello que había comenzado con la mala baba de un Quevedo joven ridiculizando los poemas del otro ("Ya que coplas componéis") acabará en una verdadera afrenta poética: "Quien quisiere ser culto en sólo un día, la jeri (aprenderá) gonza siguiente". Así, llanamente, Quevedo reduce a jerigonza la obra poética del otro.
Antes de salir a pasear por las calles cordobesas quise ir al baño. Pregunté a un guardia de la Mezquita  donde estaba y me señaló... me señaló la tumba de Góngora. Extrañado me dirigí hacia allí. Y sí, no lo había visto antes pero la tumba de Góngora está al lado mismo de la puerta de entrada al water de la Mezquita. Fue un estupor, una extrañeza. La tumba de Góngora al lado de la puerta del water. Así de contundente.

Mientras entraba creí ver la sombra de Quevedo sonriendo por ahí cerca. Qué gran poema no escrito, qué punto final más terrible. Y qué mala leche la de los cordobeses apostando tan claramente por Quevedo.

Yo, lo dije siempre, soy gongorino.

divendres, 20 de gener del 2012

SCONES Y TÉ INGLÉS

En una entrada anterior hablé de mi estancia veraniega en Londres. Habría mucho que decir respecto a las excelencias de la ciudad pero no es esto lo que pretendo. Lo que quiero ahora es contar un pequeño detalle gastronómico.

Una de las cosas que deben hacerse en Londres es vivir el ritual del té de las cinco, lo cual no significa meterse en un Starbucks. Buscamos un sitio en que sirvieran el llamado afternoon tea. Lo primero es que cierran a las cinco y media de la tarde. A partir de entonces ya no sirven té (no en estos sitios especializados, uno siempre puede meterse en una cafetería y tomarlo a cualquier hora). Estos Salones de Té distan mucho de ser bonitos, o refinados, como serían sin duda en París. Mucha moqueta y mucho estilo british, que la elegancia y el pueblo británico parecen peleados a muerte.

Elegancia la justa, pero distinción toda. El llamado afternoon tea consiste en una variedad de té negro (una de las mezclas a las que son tan aficionados, el english breakfast, por ejemplo) con unas gotas de leche, un si es no es. Va acompañado de unos panecillos parecidos a una magdalena, mermelada de fresa y una crema extraña, a medio camino entre la nata y la mantequilla. Naturalmente puedes pedir tu té acompañado de un pastel de chocolate, pongamos por caso, pero eso no sería el genuino cream tea. La verdad es que, con la calma de saborear unos panecillos y el sabroso té negro, recuperas fuerzas y parece que el mundo se detiene. Un momento zen. Así lo viví.

Vinimos cargados de té, naturalmente. El de Harrod's es muy bueno (me encanta el English Breakfast Strong). Y una vez en Barcelona decidimos repetir en casa una sesión como la que vivimos en Piccadilly Street (pleno barrio de St. James). Pero, naturalmente, no iba a resultar nada fácil. Puede pensarse que de mermelada cualquiera serviría, y seguramente es cierto. Pero la que sirven ellos es espesa y con el punto justo de dulzor (una amiga me dijo que tenía una textura que parecía la del membrillo). Casualmente en el Gourmet de El Corte Inglés encontramos la genuina mermelada inglesa Wilkin and Sons. Lo siguiente fue descubrir qué eran exactamente esas magdalenas inglesas poco dulces. Tienen nombre: se llaman scones. Y los hay en Barcelona. Sólo nos faltaba la crema. Eso fue más difícil por no decir imposible. No era una nata al uso, tampoco mantequilla: su textura era extraña, particular, suavísima... algo muy extraño que me llamó mucho la atención. Para empezar recibe un nombre (gracias google, en estos casos): nata coagulada (clotted cream) ni más ni menos.

Los ingleses, que tienen poco vino y pocos olivos, se han convertido en expertos en natas y cremas. Mientras que nosotros tenemos la nata de cocina (18% de materia grasa) y la de montar (36%) ellos, además de estas, tienen la double cream, con un 48% (también para cocinar, sedosa y muy apreciada), la nata de origen francés Creme Fraiche (40%) de sabor ligeramente ácido, y finalmente la Clotted Cream, la coagulada, la que sirven con los scons y que aquí es inencontable, entre un 55% y un 63% de materia grasa ni más ni menos. Es fácil imaginar por qué me sorprendió aquella textura extraña, cercana a la mantequilla pero con un sabor diferente, con un ligero tono amarillento pero infinitamente más cremosa.

Nata coagulada (o cuajada, como sale en la wikipedia) aquí no la hay, como decía. Así que en nuestro particular afternoon tea la sustituimos por Creme Fraiche. Y así organizamos nuestra jornada gastronómica inglesa, a media tarde. La comparto para mostrar que de los viajes uno no viene cargado sólo de fotos y de momentos, sino también en ocasiones de magdalenas, de mermeladas y de una extensa variedad de productos lácteos. Yo que en mi juventud y viendo a la Thatcher por la tele pensaba que en Gran Bretaña sólo existía la mala leche.
Hasta dentro de seis días.

dissabte, 14 de gener del 2012

REPÚBLICA SÍ, PERO FEDERAL

Soy de los que piensan que la única solución para España es el Estado federal. Existen otras soluciones menos amables, claro está, soluciones que han funcionado en otros momentos y por largos periodos de tiempo: la represión, la censura, la falta de libertad, la imposibilidad de queja. Esa solución no la contemplo porque es la solución de la vara y no la de la convivencia. Luego, claro, está dejarlo todo como está ahora, cosa que muy probablemente ocurrirá: hacer como que no pasa nada, cantando las virtudes de nuestra monarquía constitucional y autonomista. Lo que pasa es que a mí, la monarquía no me gusta, de la constitución me siento ajeno y la autonomía en cierta medida está amenazada.

Pensamos, probablemente de forma algo inocente, que una solución para el país sería que España se convirtiera en una República. A mí mismo la idea de la República me exalta, me gusta, me apetece. Porque tenemos una visión equivocada de la República; una visión mítica generada por la Segunda decapitada por el franquismo (o el fascismo). Pero en esa Segunda, junto con muchos proyectos muy válidos, recogió también lo mismo que está recogiendo este Estado de las Autonomías que habitamos. ¿Alguien puede imaginar la de críticas que generó ya entonces el Estatut de Catalunya del año 32? Sí, las mismas quejas que hace cuatro años. ¿Alguien puede hacerse una idea de la fuerza de la derecha reaccionaria en la Segunda República? Sí, basta con mirar Intereconomía. ¿Alguien puede suponer las críticas que generaba cualquier intento de aprobar nuevas leyes progresistas? Lo mismo que ahora, exactamente lo mismo.

Yo, por tanto, dudo que la República a secas sea una solución adecuada. Tras la excitación de los primeros momentos, nada o casi nada iba a cambiar. Estas navidades pasadas Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución actual, señaló en una entrevista que los españoles quieren como Presidente de la República a Aznar o Bono. ¿Es necesario recordar lo que hizo la derecha republicana durante los cinco años de la Segunda?

Naturalmente prefiero una República a secas que una monarquía que afortunadamente, la gente va por fin conociendo. Pero una República, sin más, sería otra forma de acabar exactamente en lo mismo. Por eso decía al principio que la única solución que yo le veo a este país pasa por una República Federal. Eso que llevamos tanto tiempo reivindicando los catalanes (ya desde la Primera, hace casi 150 años, en que se presentó un proyecto de Constitución Federal en que se indicaba que España estaba formada por una serie de Estados). Esa sería una manera justa de continuar siendo España pero permitiendo que todos (o que casi todos) se sientan cómodos (y siempre que digo esto la gente me mira como diciendo, pero si yo ya estoy cómodo... tú sí, pero igual yo no, y cuando digo yo no me refiero a mí sino a nosotros, claro). Pero, como decía, no detecto en absoluto esa necesidad en otros rincones de España. Señal inequívoca de que no se comprenden las otras nacionalidades ni se empatiza lo más mínimo con ellas. Lo cual me lleva a pensar que el Presidente de la Tercera República seria casi con toda seguridad Aznar. O Bono. Y para este viaje no cojo yo grandes alforjas, sinceramente. En otras palabras, que para construir una República que dentro de tres años repita episodios como el del Estatut, el del boicot a los productos catalanes, el de la polémica por los traductores en un Senado que seguiría sin servir absolutamente para nada, para repetir todo eso ya nos sirve el Rey y su encantadora prole.
De todas formas es importante darse cuenta como España, aunque insista en no querer ver el problema territorial que tiene vuelve siempre a poner sobre la mesa el tema de las nacionalidades: las comunidades autónomas actuales son, naturalmente, muy parecidas a los Estados propuestos por la Constitución Federal que nunca llegó a aprobarse. Señal inequívoca de que incluso quienes no ven problema nunca, saben que el tema no deja de estar siempre encima de la mesa. Y que siempre vuelve.

Ahora que la Monarquía comienza felizmente a tambalearse, ni que sea un poco, me gustaría pensar que se plantea sustituirla por otra organización estatal más respetuosa y menos impositiva. Pero creo que no es así. Mientras que el uso de las otras lenguas españolas en la capital sea visto como un derroche sin sentido, no será así. Las mal llamadas nacionalidades permanecen, por tanto, abocadas a la queja y a la escisión. Y así será mientras la única nación española válida sea la castellana.

diumenge, 8 de gener del 2012

¡OH, GRAN SEVILLA!

He pasado el fin de año en la ciudad que da título a esta entrada, título que la describe bien, muy bien, y que está sacado del séptimo verso del soneto cervantino que tanto me gusta. Porque Sevilla es efectivamente grande, y muy bonita. Paseándola, que creo que nunca vi una ciudad tan hecha para ser paseada, los tópicos venían a raudales a nuestras cabezas. Sevilla, "con qué pasión te enamorará, y te embrujará", que cantaba Miguel Bosé en una canción que hoy se nos antoja muy tonta. O las "modistillas", el "he vuelto a ser remero de la plaza España" o los paseos por el "parque de María Luisa, a ver morir el sol", de otra canción más absurda todavía, debida a José Luis Perales. Pero musicalmente no todo es tan malo, aunque insista en ser tan tópico. Está también, por ejemplo, la canción de Pareja Obregón: "Me da igual cantar en Sierpes que en la Plaza Nueva, pasear por esas callecitas tan estrechas...".

Paseando por Sevilla nos acordamos de estas canciones y de tantas imágenes sacadas de la tele, de los anuncios, de Semanas Santas espantosas, de películas de dudosa calidad, de duquesas forradas en sus palacios y en sus bodas. Y entonces yo llegué a una conclusión: que Sevilla no merece los tópicos que tiene, porque es una ciudad más hermosa de lo que los tópicos dejan adivinar. Muchísimo más hermosa. De una belleza de verdad, no de una belleza de balada de domingo. Me ha impactado Sevilla, me ha gustado mucho. Y hoy quiero compartirla en esta entrada. Y reivindicarla como la ciudad que, más allá de cuatro cantantes ligeros, inspiró óperas y versos, iluminó pintores o alumbró poetas (Bécquer, Machado, Cernuda, entre mis preferidos). Y, eso sí, la gracia sevillana, que realmente existe, que siga siendo un tópico, pero un tópico positivo. Ahí va un vídeo de los villancicos, acompañados de las danzas espontáneas, que se marcan en plena calle.

Como dije, nunca vi una ciudad para ser tan paseada como Sevilla. Paseamos, buscamos, nos perdimos en el laberinto en que a veces se convierten sus calles. Pero además cumplimos con todos los requisitos del viajante que trata de ser poco turista (o nada turista), pero el tópico, ay, a veces acaba engulléndolo.De día y de noche. Por el Arenal, por Santa Cruz, Triana o la Judería. Por el lado del río o protegido tras las murallas del Alcázar.
Sevilla es todo eso. También la gracia inesperada (mirad la foto de la pizarra de un restaurante), incluso la gracia en los errores de ortografía, o en cualquier error, algo que se agradece mucho en nuestro mundo políticamente correcto.

Pero Sevilla tiene más. ¿Más? Claro, tiene sevillanos, cómo no. Y también ellos se apartan del tópico, o lo trascienden. Es cierto que son enormemente amables, muy hospitalarios. Para muestra podéis pasaros por el blog de Reyes, con la cual, por cierto, compartimos un vino y justo al "desvirtualizarnos" nos conectamos todavía más.

Id a Sevilla. Es un consejo muy serio.

dilluns, 2 de gener del 2012

PUEBLOS ABANDONADOS

Uno es melancólico; no lo eligió. Y le gustan esos paisajes propios de la melancolía, lo mismo que le gustan las tardes lluviosas o el frío tras los cristales. Entre los paisajes del melancólico se encuentran las ruinas, los cementerios... Ninguno de los dos se cuentan entre mis favoritos. No así el motivo de esta entrada: los pueblos abandonados. Decir que me gustan suena mal. No me gustan; me duelen, me provocan enorme desazón, lo mismo que cuando paseando por la calle te cruzas con un zapato tirado. Es como una parte de la vida de alguien que quedó allí olvidada.
Empecemos por decir que ojalá no existieran. Yo pertenezco a una familia qua abandonó sus pueblos (aunque afortunadamente conservaron las casas) porque lo rural no les daba para vivir. Y a mí me ha llegado la tristeza que con seguridad sintieron cuando lo dejaron todo, cuando cerraron la casa (qué horrible sensación, cerrar la casa, ese último portazo, esa llave cerrando como en un lamento, para largar a buscarse la vida a otro sitio). Supongo que eso me ha llegado. A través de la memoria genética, o de los relatos familiares. No sé cómo, pero me ha llegado.

 Dije al principio que me gustan los pueblos abandonados y seguramente dije mal. Me interesan, me ponen triste, me conectan con mi propio pasado (el que ni siquiera viví). Luego es cierto que la soledad que transmiten, ese silencio de muerte de las casas deshabitadas todavía no convertidas en ruina, nos conecta con algo muy íntimo, muy ctónico, muy vivido, muy humano.

 Recuerdo que en una película de Almodóvar los protagonistas iban al pueblo, ya deshabitado de uno de ellos (Átame, creo) y a la vuelta cantaban el himno que tanto nos gusta del Dúo Dinámico (Resistiré, erguido frente a todo). Ese contraste entre la muerte, el pasado, y la lucha por el futuro abría nuevas dimensiones al filme. Yo, al menos, lo entendí así.
Existen varias páginas en internet que hablan sobre los pueblos abandonados, que los homenajean. Me gusta pasearme por ellas en ocasiones, como recordatorio de lo que debería dejar de suceder: que nadie más se viera obligado a abandonar sus hogares, que estos rincones no lleguen a convertirse en paraíso de los fantasmas. (Y cabría hablar aquí de los programas de repoblación que algunas comarcas han iniciado, con la intención de darle vida a las piedras, enriquecer el entorno, y olvidarnos de tener un país deshabitado. A ese respecto podéis consultar el blog Ocupemos los pueblos abandonados).

Algunas de las páginas que os digo sobre los pueblos deshabitados son las que se esconden tras las fotografías de esta entrada.

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