LA CIUDAD QUEMADA
(Tengo redactada esta entrada desde hace algunas semanas. Quién me iba a decir a mí que ahora, con todo lo ocurrido en Túnez, con todo lo que ocurre en Egipto, iba a adquirir un nuevo sentido. También ellos viven su Semana Trágica.)
A principios de julio de 1909 se produjo una gran revuelta en Marruecos, en la zona del Rif (alrededores de Melilla), donde se estaba construyendo un ferrocarril. Bastantes eran los políticos de la época que se aprovechaban notoriamente de dicha empresa. El gobierno español del momento, presidido por Antonio Maura, no estaba dispuesto a ver peligrar sus inversiones en la zona y sospechó de una inmediata guerra en Marruecos. Llamó a filas a los reservistas españoles. Los reservistas eran hombres de mediana edad que habían acabado los dos años de servicio militar obligatorio y que en aquellos momentos estaban ya casados y con hijos la mayoría. Todos los reservistas y soldados españoles se desplazaron a Barcelona, lugar desde donde iban a salir en dirección a Marruecos, a combatir en una más que probable guerra.
Barcelona se llenó de soldados y reservistas. Y de odio. De odio porque se enviaban a miles y miles de hombres jóvenes a luchar en una guerra que escondía miserables intereses económicos de una minoría afortunada. De odio porque ningún rico iba a la guerra (pagando 1500 pesetas de la época se libraban). De odio porque se decía que también la Iglesia, que apoyaba a los ricos como ha hecho casi siempre, tenía intereses económicos en la zona. De odio porque las burguesas repartían escapularios y sonrisas a los pobres desgraciados que hacían cola en el Puerto de Barcelona para subirse a un barco que les llevaría a una muy probable muerte.
El resultado fue que se declaró una huelga y que cierta mañana, llenas de esa hipocresía que a algunos nos pone de los nervios, las emperifolladas damas de la burguesía catalana fueron a repartir rosarios y crucifijos a los malhumorados hombres que dejaban atrás mujeres e hijos. Las esposas, las hijas, las amigas de esos hombres fueron quienes iniciaron la revuelta. Comenzaron a insultar a las damas burguesas, esas mismas que bendecían crucecitas y daban cariñosos abrazos pero que habían pagado las 1500 pesetas pertinentes para que ni maridos ni hijos fueran a perder la vida a la guerra del Rif. Los hombres se sumaron a los gritos de las mujeres y comenzaron a tirar los rifles al mar, las cruces, los abrazos. Probablemente hasta a alguna burguesa la tiraron al mar (me gusta imaginarlo así). Y salieron luego, sin atender a la autoridad que les llevaba a una muerte interesada, a quemar conventos e iglesias ("La única Iglesia que ilumina es la que arde") porque ya estaban hartos de tanto ser el burro de carga que recibe todos los golpes. Fue lo que se llamó La setmana tràgica.
Barcelona ardió. Se desentarraron tumbas, se profanaron cadáveres de benditas sores y benedictos frailes, se escupió a más de un cura, alguno caería fruto de la rabia que había cosechado pacientemente durante tantos años. ¿Se cometieron injusticias? Seguramente. Casi con toda seguridad. Pero el pueblo tiene un límite y cuando se sobrepasa se tiran piedras que no siempre reciben los que debieran. La violencia no puede justificarse nunca, pero a veces, cuando mandan a tu padre a la guerra y escuchas a la vecina rica como se marcha riendo, se entienden muchas cosas. La gran lección de aquellos días es que la paz se construye sobre las bases de la justicia. O no hay paz.
Y fue en aquellos días en que apareció una figura emblemática y querida, un hombre honesto y justo. Murió, claro. Asesinado por el poder político en el Castillo de Montjuïch. Le hicieron responsable de todo cuando su única responsabilidad había sido intentar cambiar las cosas y construir un mundo más justo. En una próxima entrada hablaré de él (y de un libro excelente que he leído estos días).
(Las imágenes están, obviamente, tomadas de la red. Y el texto de esta entrada complementa a otras entradas que puse en mi otro blog, hace bastante tiempo. Me preguntaba en aquellas ocasiones (ésta y ésta) por qué todas las revoluciones barcelonesas, o casi todas, se habían dado durante el mes de julio, empezando por la setmana tràgica.)