Para acabar con la densidad de mi anterior entrada sobre temas nacionales (lo de nacionalista, que de hecho es nacional sin Estado, nacional que no puede ser otra cosa, está desprestigiado) me decido a traer un poema extraordinario. Pero antes, gracias a todos por esa sorpresa inesperada que fue el alud de comentarios recibidos. Siempre he pensado que, con respeto, no vamos mal del todo. Y ahora, otra cosa.
Cervantes, el novelista que quiso ser poeta y fracasó en el intento ("Yo que siempre me afano y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo" dijo él de sí mismo) tiene, sin embargo, un poema extraordinario. Es el poema a la oquedad, al vacío, una crítica descomunal a la gente que ocupa aparentemente tanto y luego son nada.
Dos personajes dialogan en el poema. El primero, un militar orgulloso, bravucón y jactancioso, elogia y adula, en términos exagerados, el túmulo al rey Felipe II en Sevilla. Observamos su arrogancia, su soberbia. Le escucha un valentón que, en lenguaje más sencillo, le da la razón. Y el soldado, acto seguido, se cala el sombrero, mira de perfil como los ratones, y se marcha. Ese final es el mejor resumen de lo que suele suceder cuando este tipo de personas se marchan: no dejan ninguna huella.
Imagino a muchos personajes contemporáneos en el papel del soldado. Grandes y reputadas voces de exagerados discursos, personas muy escuchadas por la fuerza del prestigio, en realidad pequeños hombres huecos en la mejor tradición de T.S.Elliot. Luego está la polémica sobre la intencionalidad política de Cervantes al acometer este poema. Unos hablan de verdadera identificación con el rey Felipe II. Otros, desde una óptica que hoy llamaríamos progresista, han hablado de profunda ironía cervantina que no duda en reírse de túmulos exagerados y barrocos que definen a personajes que han sido, también ellos, mera cáscara, insignificante pompa vacua. Ahí va el poema (un soneto con estrambote):
"Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente. "
Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Miguel de Cervantes